Entre sus fieras garras oprimía
un Tigre a un Caminante.
A los tristes quejidos al
instante
un León acudió: con bizarría
lucha, vence a la fiera, y lleva
al hombre
a su regia caverna. «Toma aliento,
le decía el león; nada te
asombre;
soy tu libertador; estáme atento.
¿Habrá bestia sañuda y enemiga
que se atreva a mi fuerza
incomparable?
Tú puedes responder, o que lo
diga
esa pintada fiera despreciable.
Yo, yo solo, monarca poderoso;
domino en todo el bosque
dilatado.
¡Cuántas veces la onza y aun el
oso
con su sangre el tributo me han
pagado!
Los despojos de pieles y cabezas,
los huesos que blanquean este
piso
dan el más claro aviso
de mi valor sin par y mis
proezas.»
«Es verdad, dijo el hombre, soy
testigo:
Los triunfos miro de tu fuerza
airada,
contemplo a tu nación
amedrentada;
al librarme venciste a mi
enemigo.
En todo esto, señor, con tu
licencia,
sólo es digna del trono tu
clemencia.
Sé benéfico, amable[20],
en lugar de despótico tirano;
porque, señor, es llano
que el monarca será más venturoso
cuanto hiciere a su pueblo más
dichoso[21].»
«Con razón has hablado;
y ya me causa pena
el haber yo buscado
mi propia gloria en la desdicha
ajena.
En mis jóvenes años
el orgullo produjo mil errores,
que me los ha encubierto con
engaños
una corte servil de aduladores.
Ellos me aseguraban de concierto
que por el mundo todo
no reinan los humanos de otro modo:
tú lo sabrás mejor; dime, ¿y es cierto?»
[20] Verso suelto, quizá por
descuido de Samaniego. <<
[21]
Esto de hacer feliz al pueblo era uno de los ideales de Carlos III (1716-1788),
y en general de los hombres de la Ilustración. <<
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