Un náufrago, arrojado a la costa, se quedó dormido
de cansancio. Pero cuando, ya recuperado, volvió sus
ojos al mar, le reprochaba que, al seducir a los
hombres con la mansedumbre de su aspecto, éstos se
adentraban en él y que luego él se encrespaba y
acababa con aquéllos. El mar, semejante a una mujer,
le dijo: «Pero, ¡hombre!, no me lo reproches a mí, sino
a los vientos; pues yo por naturaleza soy tal como me
ves ahora también, pero éstos me atacan de improviso,
me encrespan y me exasperan».
Tampoco debemos nosotros culpar de las afrentas a
los que las hacen cuando están sometidos, sino a los
que gobiernan.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario