Un hombre que había tomado dinero prestado de un
amigo pensaba quedarse con él. Y en esto que, al
citarle éste a que prestase juramento, se fue al campo
para evitarlo. Llegado a las puertas de la ciudad vio
que salía un cojo y le preguntó quién era y adónde iba.
Al decir éste que él era el Juramento y que iba contra
los impíos, por segunda vez le preguntó cada cuánto
tiempo acostumbraba a visitar las ciudades. Éste dijo:
«Cada cuarenta años, pero a veces incluso cada
treinta». Y él, sin vacilar un momento, al día siguiente
juró que no había recibido dinero en depósito.
Pero al encontrarse con el Juramento éste lo llevó a
un precipicio; el otro le culpaba de que, aunque le
había dicho antes que se marcharía durante treinta
años, ni siquiera le había dado un solo día de garantía.
Él, respondiendo, dijo: «Entérate bien de que,
cuando alguien tiene la intención de molestarme,
acostumbro a visitarlo el mismo día».
La fábula muestra que el castigo del dios para los
impíos no es a plazo fijo.
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