El invierno se burló de la primavera y le echó en
cara que en cuanto aparecía ya nadie estaba tranquilo,
sino que el uno iba a los prados y bosques, al que le
era grato cortar flores y lirios o incluso mecer una rosa
ante sus ojos y ponérsela en el pelo; otro, subiendo en
una nave y surcando el mar, va, si se tercia, a ver a
otros hombres; y que ya nadie se preocupa de los
vientos o de la mucha agua de las lluvias. «Yo —
dijo— me parezco a un jefe y a un soberano y ordeno
mirar no al cielo, sino hacia abajo, hacia el suelo y
obligo a tener miedo y a temblar y, a veces, a pasar el
día en casa a gusto.» «Por eso —dijo la primavera—
los hombres gustosamente se librarían de ti; de mí, en
cambio, incluso el propio nombre les parece que es
hermoso, y ¡por Zeus!, el más hermoso de los
nombres, de modo que cuando me voy me añoran y
están flamantes cuando aparezco.»
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