En otro tiempo Prometeo, que había modelado a los
hombres, colgó de ellos dos alforjas, la de los males
ajenos y la de los propios. Y la de los extraños la
colocó delante, la otra la colgó detrás. De ahí que los
hombres ven enseguida los males ajenos pero no
reparan en los propios.
Uno podría servirse de esta fábula contra un
intrigante que, ciego ante sus propios asuntos, se
preocupa de los que no le interesan en absoluto.
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