Un pastor que apacentaba su rebaño bastante lejos
de la aldea continuamente gastaba la siguiente broma:
llamaba, en efecto, a gritos a los aldeanos en su ayuda
diciendo que unos lobos atacaban las ovejas. Dos y
tres veces los de la aldea se asustaron y salieron fuera,
volviendo después burlados. Ocurrió finalmente que
una vez los lobos atacaron de verdad. Mientras
saqueaban el rebaño y el pastor llamaba a los aldeanos
en su ayuda, éstos, suponiendo que bromeaba como de
costumbre, no se preocuparon en absoluto y así se
quedó sin ovejas.
La fábula muestra que los embusteros ganan esto:
no ser creídos cuando dicen la verdad.
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