Meditando a sus solas cierto día.
un pensador Filósofo decía:
«El jardín adornado de mil
flores,
y diferentes árboles mayores,
con su fruta sabrosa
enriquecidos,
tal vez entretejidos
con la frondosa vid que se
derrama
por una y otra rama,
mostrando a todos lados
las peras y racimos desgajados,
es cosa destinada solamente
para que la disfruten libremente
la oruga, el caracol, la
mariposa:
no se persuaden ellos otra cosa.
Los pájaros sin cuento,
Burlándose del viento,
por los aires sin dueño van
girando.
El milano cazando
saca la consecuencia:
para mí los crió la Providencia.
El cangrejo, en la playa
envanecido,
mira los anchos mares, persuadido
a que las olas tienen por empleo
sólo satisfácele su deseo,
pues cree que van y vienen tantas
veces
por dejarle en la orilla ciertos
peces.
No hay, prosigue el Filósofo
profundo,
animal sin orgullo en este mundo.
El hombre solamente
puede en esto alabarse
justamente.
Cuando yo me contemplo colocado
en la cima de un risco
agigantado,
imagino que sirve a mi persona
todo el cóncavo cielo de corona.
Veo a mis pies los mares
espaciosos,
y los bosques umbrosos,
poblados de animales diferentes,
las escamosas gentes,
los brutos y las fieras,
y las aves ligeras,
y cuanto tiene alimento
en la tierra, en el agua y en el
viento,
y digo finalmente: Todo es mío.
¡Oh grandeza del hombre y
poderío!»
Una Pulga que oyó con gran
cachaza
al Filósofo maza,
dijo: «Cuando me miro en tus
narices,
como tú sobre el risco que nos
dices,
y contemplo a mis pies aquel
instante
nada menos que al hombre
dominante,
que manda en cuanto encierra
el agua, viento y tierra,
y que el tal poderoso caballero
de alimento me sirve cuando
quiero,
concluyo finalmente: Todo es mío.
¡Oh grandeza de pulga y poderío!»
Así dijo, y saltando se le
ausenta.
De este modo se afrenta
aun al más poderoso
cuando se muestra vano y orgulloso.
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