En tanto que tus vanas
compañeras,
cercadas de galanes seductores,
escuchan placenteras
en la escuela de Venus los
amores,
Elisa, retirada te contemplo
de la diosa Minerva al sacro
templo.
Ni eres menos donosa,
ni menos agraciada
que Clori, ponderada
de gentil y de hermosa:
pues, Elisa divina, ¿por qué
quieres
huir en tu retiro los placeres?
¡Oh sabia, qué bien haces
en estimar en poco la hermosura,
los placeres fugaces,
el bien que sólo dura
como rosa que el ábrego marchita!
[3]
Tu prudencia infinita
busca el sólido bien y permanente
en la virtud y ciencia solamente.
Cuando el tiempo implacable con
presteza
o los males tal vez inopinados,
se lleven la hermosura y
gentileza,
con lágrimas estériles llorados
serán aquellos días que se fueron
y a juegos vanos tus amigas
dieron;
pero a tu bien estable
no hay tiempo ni accidente que
consuma:
siempre serás feliz, siempre
estimable.
Eres sabia, y en suma
este bien de la ciencia no
perece.
Oye cómo esta fábula lo explica,
que mi respeto a tu virtud
dedica.
Simónides [4] en Asia
se enriquece,
cantando a justo precio los
loores
de algunos generosos vencedores.
Este sabio poeta, con deseo
de volver a su amada patria Ceo [5],
se embarca, y en la mar
embravecida
fue la mísera nave sumergida.
De la gente a las ondas arrojada,
sale quien diestro nada,
y el que nadar no sabe
fluctúa en las reliquias de la
nave.
Pocos llegan a tierra,
afortunados,
con las náufragas tablas
abrazados.
Todos cuantos el oro recogieron,
con el peso abrumados,
perecieron.
A Clecémone [6] van.
Allí vivía
un varón literato, que leía
las obras de Simónides, de suerte
que al conversar los náufragos,
advierte
que Simónides habla, y en su
estilo
le conoce; le presta todo asilo
de vestidos, criados y dineros;
pero a sus compañeros
les quedó solamente por sufragio
mendigar con la tabla del
naufragio.
[2] En La Fontaine encontramos Simónides
preservado por los Dioses, aunque ni el tema ni el desarrollo coinciden con
esta. Por lo demás, la fábula de La Fontaine en cuestión figura también en
Fedro. <<
[3]
Este magnífico endecasílabo, probablemente el verso más conseguido de
Samaniego, está dentro de la tradición de la «fugacidad» de los días —el Carpe
Diem (=aprovecha el momento presente) de la oda a Leuconoe de Horacio, o el
Collige, virgo, rosas (=coge, muchacha, las rosas) de Ausonio (c. 310-c.
395)—, tema tan caro a los poetas renacentistas y barrocos y que dió versos tan
admirables como el «Marchitará la rosa el viento helado», de Garcilaso —muy
próximo al de Samaniego— o los tercetos del conocido soneto de Góngora:
«…goza
cuello, cabello, labio y frente,
antes
que lo que fue en tu edad dorada
oro,
lilio, clavel, cristal luciente,
no
sólo en plata o víola truncada
se
vuelva, mas tú y ello juntamente
en
tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.»
En el siglo XVIII volvió a ponerse de moda por
influencia de Villegas, Meléndez Valdés y Alberto Lista.
<<[4]
El poeta griego Simónides (556-467 a.d.C.) fue premiado 56 veces en los
concursos para los cantos de las fiestas públicas, llegando a derrotar al
propio Esquilo en el convocado tras la victoria de Maratón. Gozó de la amistad
y el aprecio de los hombres más ilustres de la época. <<
[5]
Isla griega del archipiélago de las Cícladas, donde nació Simónides. El nombre
correcto es Ceos o Keos. <<
[6] Clazomene o Clazémonas. Es
una isla del golfo de Esmirna, que unió Alejandro Magno al continenete por
medio de un dique. El historiador y general ateniense Jenofonte (445-355
a.d.C.) la mencionó en sus Helénicas: «El rey Artajerjes estima justo
que las ciudades de Asia le pertenecen, y también las islas de Clazomene
y Chipre» (V,1, 31). <<
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