jueves, 4 de enero de 2018

El Amo y el Perro

«Callen todos los perros de este mundo
donde está mi Palomo;
es fiel, decía el Amo, sin segundo,
y me guarda la casa… Pero ¿cómo?
Con la despensa abierta
le dejé cierto día:
en medio de la puerta,
de guardia se plantó con bizarría.
Un formidable gato,
en vez de perseguir a los ratones,
se venía, guiado del olfato,
a visitar chorizos y jamones.
Palomo le despide buenamente;
el gato se encrespa y acalora;
riñen sangrientamente,
y mi guarda-jamones le devora.»
Esto contaba el Amo a sus amigos,
y después a su casa se los lleva
a que fuesen testigos
de tal fidelidad en otra prueba.
Tenía al buen Palomo prisionero
entre manidas pollas y perdices;
los sebosos riñones de un carnero
casi casi le untaban las narices.
Dentro de este retiro a penitencia
el triste fue metido,
después de algunos días de abstinencia.
Al fin, ya su señor, compadecido,
abre con sus amigos el encierro:
sale rabo entre piernas, agachado;
al amo se acercaba el pobre perro,
lamiéndose el hocico ensangrentado.
El dueño se alborota y enfurece
con tan fatales nuevas.
Yo le preguntaría: ¿Y qué merece

quien la virtud expone a tales pruebas?

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