Anarda la bella
tenía un amigo
con quien consultaba
todos sus caprichos:
colores de moda,
más o menos vivos,
plumas, sombrerete,
lunares y rizos
jamás en su adorno
fueron admitidos,
si él no la decía:
Gracioso, bonito.
Cuando su hermosura,
llena de atractivo,
en sus verdes años
tenía más brillo,
traidoras la roban
(ni acierto a decirlo)
las negras viruelas
sus gracias y hechizos.
Llegóse al Espejo:
éste era su amigo;
y como se jacta
de fiel y sencillo,
lisa y llanamente
la verdad la dijo.
Anarda, furiosa;
casi sin sentido,
le vuelve la espalda,
dando mil quejidos.
Desde aquel instante
cuentan que no quiso
volver a consultas
con el señor mío.
«Escúchame, Ánarda:
si buscas amigos
que te representen
tus gracias y hechizos,
mas que no te adviertan
defectos y aún vicios,
de aquellos que nadie
conoce en sí mismo,
dime, ¿de qué modo
podrás corregirlos?»
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