Un león que, enfermo, estaba echado en una sima
dijo a su amiga la zorra con la que tenía relación: «Si
quieres que yo sane y viva, trae a mis manos una
cierva muy grande que habita en el bosque,
engañándola con tus dulces palabras, pues deseo sus
entrañas y su corazón». La zorra se marchó y encontró
a la cierva retozando en el bosque. Se acercó a ella
sonriente, la saludó y le dijo: «He venido para
comunicarte una buena noticia. Sabes que nuestro rey,
el león, es vecino mío y está enfermo y cercano a la
muerte. Pues bien, deliberaba cuál de los animales
reinaría después de él. Decía que el jabalí es insensato,
el oso perezoso, la pantera colérica, el tigre vanidoso;
la cierva es la más digna para reinar, porque es esbelta
de figura, vive muchos años, su cornamenta es temible
para las serpientes y, ¿para qué decir más?, has sido
designada para reinar. ¿Qué tendré yo, la primera en
decírtelo? Pero prométemelo, que tengo prisa, no sea
que el león me busque de nuevo, pues me necesita
como consejera en todo. Si me escuchas a mí que soy
vieja, te aconsejo que vengas y permanezcas junto a él
mientras muere».
Así habló la zorra. La mente de la cierva quedó
obcecada por sus palabras y fue a la gruta sin
comprender lo que iba a ocurrir. El león se lanzó sobre
ella aprisa, pero sólo le desgarró las orejas con sus
garras. La cierva se metió rápidamente en el bosque. Y
la zorra pataleó porque se había esforzado en vano. El
león se lamentó rugiendo fuerte, pues el hambre y el
dolor le dominaban, y pedía a la zorra que hiciese algo
por segunda vez y de nuevo la trajese con engaños.
Ésta dijo: «Me encargas un asunto difícil y enojoso,
pero, no obstante, te serviré». Y, como un perro
rastreador, siguió su rastro mientras urdía astucias, y
preguntó a los pastores si habían visto una cierva
herida. Éstos le indicaron que en el bosque. La
encontró pastando y se detuvo desvergonzadamente.
La cierva, irritada y erizando el pelo, dijo: «¡Miserable!,
ya no me cogerás; si te acercas a mí no vivirás
más. Aplica tu zorrería a otros necios, haz reyes a otros
y entusiásmalos». La zorra dijo: «¿Eres tan floja y
cobarde; tanto desconfías de nosotros tus amigos?
Cuando el león te cogió de la oreja, iba a aconsejarte y
a darte instrucciones sobre un reino de tanta
importancia, porque estaba muriendo. Pero tú no
consentiste la caricia de una mano enferma. Y ahora
aquél está más enfadado contigo y quiere hacer rey al
lobo. ¡Ay de mí, amo malvado! Anda, ven, no te
asustes en absoluto y hazte como un cordero. Pues te
juro por todas las plantas y manantiales, que ningún
mal vas a sufrir del león; yo te serviré a ti sola». Así,
volvió a engañar a la infortunada y la convenció de
que fuera de nuevo. Cuando entró en la cueva, el león
se dio un buen banquete, ya que devoró todos sus
huesos, médula y entrañas. La zorra estaba quieta mirando
y arrebató furtivamente el corazón que se había
caído y se lo comió como pago de su esfuerzo. El león,
escudriñando todo, sólo echaba de menos el corazón.
La zorra, situada lejos, dijo: «Verdaderamente ésa no
tenía corazón, no busques más; pues ¿qué corazón
podría tener quien por dos veces entró a la cueva y a
las garras de un león?».
El ansia de honores perturba la mente humana y no
comprende la eventualidad de los peligros.
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