Díjole un día un cervatillo al ciervo:
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Padre: eres mayor y más veloz que los perros y tienes además unos cuernos
magníficos para defenderte; ¿por qué huyes delante de ellos?
El ciervo respondió riendo:
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Justo es lo que me dices, hijo mío; mas no sé lo que me sucede, pero cuando
oigo el ladrido de un perro, inmediatamente me doy a la fuga.
Cuando
se tiene un ánimo temeroso, no hay razón que pueda cambiarlo.
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