-Son dos ostras, y nada más -decían los peces, con una mueca de desdén-. Hasta que vinieron los pescadores; al llegar a nuestras ostras se abalanzaron ambos sobre una de ellas, despreciando del todo la otra, y pelearon cuchillo en mano para disputarse el único objeto de su ambición.
Los pescados asistían atónitos a semejante trance, llamándoles la atención, primero que tanto pelearan esos hombres por una ostra, y más, que fuera por una sola y no por la otra.
-¿Por qué no toman cada uno una, ya que son iguales? -decían.
-Es que -contestó una almeja muy versada en ciencias sociales-, no son de ningún modo iguales, aunque así lo parezcan. La igualdad no es cosa de este mundo; y siempre la madre perla, aun cuando su cáscara sea vulgar y fea, valdrá más ella sola que toda una multitud de ostras comunes.
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