Los otros porfiaban que, acercándose la cosecha del trigo, era mucho mejor irse al norte, a Santa Fe (habían leído sus informaciones en los diarios), donde, decían, hay inmensos sembrados; allá se podría anidar y empollar en las mejores condiciones, por la abundancia de grano que siempre queda en los rastrojos. Ambas partes daban excelentes razones a favor de su opinión, pero ninguna podía convencer a la otra, probando una vez más que, aunque digan, toda discusión es inútil entre gente de opinión contraria.
Por suerte apareció por el cañadón un chajá, y los patos convinieron en someterle el caso, comprometiéndose cada bando a acatar su laudo sin más trámite. Los patos que querían irse al sur, se acercaron los primeros, y después de saludar al chajá, le dijeron:
-¿No es cierto, señor chajá, que es al sur a donde debemos ir?
-¡Chajá, chajá! -contestó sin vacilar el interpelado y con un tono de convicción que no admitía réplica. Los patos, agradecidos, se pusieron en marcha con rumbo al sur, gritando a los compañeros:
-¿No ven?
Pero los que querían ir al norte los dejaron salir solos y preguntaron también al chajá:
-¿No es cierto, señor chajá, que es al norte a donde debemos ir?
-¡Chajá, chajá! -volvió a gritar el chajá con la misma convicción, y los patos se fueron al norte, persuadidos de que el chajá les daba la razón.
El chajá, muy prudente, había sabido evitar compromisos y quedarse bien con todos.
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