sábado, 6 de enero de 2018

El chajá y los patos

     Una bandada de patos estaba a punto de volar para otros pagos; pero unos querían ir al sur, diciendo que en vista de la estación calurosa que se acercaba, se estaría mucho mejor allá, con grandes lagos siempre llenos de agua, aun en los días más fuertes del verano.
     Los otros porfiaban que, acercándose la cosecha del trigo, era mucho mejor irse al norte, a Santa Fe (habían leído sus informaciones en los diarios), donde, decían, hay inmensos sembrados; allá se podría anidar y empollar en las mejores condiciones, por la abundancia de grano que siempre queda en los rastrojos. Ambas partes daban excelentes razones a favor de su opinión, pero ninguna podía convencer a la otra, probando una vez más que, aunque digan, toda discusión es inútil entre gente de opinión contraria.
     Por suerte apareció por el cañadón un chajá, y los patos convinieron en someterle el caso, comprometiéndose cada bando a acatar su laudo sin más trámite. Los patos que querían irse al sur, se acercaron los primeros, y después de saludar al chajá, le dijeron:
     -¿No es cierto, señor chajá, que es al sur a donde debemos ir?
     -¡Chajá, chajá! -contestó sin vacilar el interpelado y con un tono de convicción que no admitía  réplica. Los patos, agradecidos, se pusieron en marcha con rumbo al sur, gritando a los compañeros:
     -¿No ven?
     Pero los que querían ir al norte los dejaron salir solos y preguntaron también al chajá:
     -¿No es cierto, señor chajá, que es al norte a donde debemos ir?
     -¡Chajá, chajá! -volvió a gritar el chajá con la misma convicción, y los patos se fueron al norte, persuadidos de que el chajá les daba la razón.

     El chajá, muy prudente, había sabido evitar compromisos y quedarse bien con todos.

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