Plantas espinosas de abrojo, plantas grises y feas de cepa-caballo o de chamico hediondo, ortigas y yuyos venenosos parecían solicitar sus repugnantes abrazos, pero pasaba ella como despreciándolas. Algo mejor quería. Ensuciar lo sucio ¿para qué?, hubiera sido gastar en vano la baba de que anda tan bien provista.
Y siguió su camino hasta encontrar un rosal cargado de flores en el que trepó, recorriendo todas las ramas; trabajo le dio, por cierto, pero ¡qué gloria, qué gusto, qué deleite!, pudo ensuciar, sin dejar indemne una sola, todas las hermosas rosas espléndidamente abiertas por la primavera y perfumadas por el sol.
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