Un cabrero llamaba a las cabras al aprisco. Una de
ellas quedó atrás, comiendo algo dulce. El pastor le
arrojó una piedra con tan buena puntería que le rompió
un cuerno. Y suplicaba a la cabra que no se lo dijese al
amo. Ella dijo: «Aunque yo calle, ¿cómo lo voy a
ocultar?, pues a la vista de todos está mi cuerno roto».
La falta, cuando es manifiesta, no es posible
ocultarla.
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