Un lobo seguía a un rebaño de ovejas sin hacerles
ningún daño. El pastor al principio se guardaba de él
como de un enemigo y con temor lo vigilaba. Pero
corno aquél jamás intentó coger una presa, sino que se
limitaba a acompañar al rebaño, el pastor pensó que
más que un asesino era un guardián. Así que, cuando
un día tuvo necesidad de acercarse a la ciudad, se
marchó, dejando las ovejas con él. El lobo comprendió
que había llegado su oportunidad, se lanzó sobre las
ovejas y despedazó a la mayoría. El pastor, al volver y
ver el rebaño destrozado, dijo: «Es justo lo que me ha
pasado, pues ¿por qué confié las ovejas a un lobo?».
Así también, los hombres que entregan su dinero en
manos de los avaros naturalmente son despojados.
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