El León, rey de los bosques
poderoso,
quiso armar un ejército famoso.
Juntó sus animales al instante:
Empezó por cargar al elefante
un castillo con útiles, y encima
rabiosos lobos, que pusiesen
grima.
Al oso le encargó de los asaltos;
al mono con sus gestos y sus
saltos
mandó que al enemigo
entretuviese;
a la zorra que diese
ingeniosos ardides al intento.
Uno gritó: «La liebre y el
jumento.
éste por tardo, aquélla por
medrosa,
de estorbo servirán, no de otra
cosa.»
«¿De estorbo? dijo el Rey; yo no
lo creo.
en la liebre tendremos un correo,
y en el asno mis tropas un
trompeta.»
Así quedó la armada bien
completa.
Tu retrato es el León, Conde prudente,
y si a tu imitación, según deseo,
examinan los jefes a su gente,
a todos han de dar útil empleo.
¿Por qué no lo han de hacer? ¿Habrá cucaña
como no hallar ociosos en España[3] ?
[3] El conde de Peñaflorida no se cansaba de decir que la ociosidad era el peor vicio en que podía caer un noble. Cucaña: aquí, bicoca. <<
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