(Por lo general
pocas veces aprueban los autores las obras de los otros, por buenas que sean;
pero lo hacen los inteligentes que no escriben.)
Mirándose
al soslayo
las
alas y la cola un Guacamayo
presumido,
exclamó: «¡Por vida mía,
que
aun el Topo, con todo que es un ciego,
negar
que soy hermoso no podría!…»
Oyólo
el Topo y dijo: «No lo niego;
pero
otros guacamayos por ventura
no
te concederán esa hermosura.»
El
favorable juicio
se
ha de esperar más bien de un hombre lego
que
de un nombre capaz, si es del oficio.
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