(Nadie emprenda obra
superior a sus fuerzas.)
Bien
habrá visto el lector,
en
hostería o convento,
un
artificioso invento
para
andar el asador.
Rueda
de madera es
con
escalones, y un Perro,
metido
en aquel encierro,
le
da vueltas con los pies.
Parece
que cierto Can,
que
la máquina movía,
empezó
a decir un día:
«Bien
trabajo; y ¿qué me dan?
«¡Cómo
sudo, ay infeliz!
y
al cabo, por grande exceso,
me
arrojarán algún hueso
que
sobre de esa perdiz.
«Con
mucha incomodidad
aquí
la vida se pasa:
me
iré, no sólo de casa,
mas
también de la ciudad.»
Apenas
le dieron suelta,
huyendo
con disimulo,
llegó
al campo, en donde un Mulo
a
una noria daba vuelta.
Y
no le hubo visto bien,
cuando
dijo: «¿Quién va allá?
Parece
que por acá
asamos
carne también.»
—«No
aso carne, que agua saco»
(el
Macho le respondió).
—«Eso
también lo haré yo
(saltó
el Can), aunque estoy flaco.
«Como
esa rueda es mayor,
algo
más trabajaré.
¿Tanto
pesa?… Pues ¿y qué?
¿no
ando la de mi asador?
«Me
habrán de dar, sobre todo,
más
ración, tendré más gloria…»
entonces
el de la noria
le
interrumpió de este modo:
«Que
se vuelva le aconsejo
a
voltear su asador,
que
esta empresa es superior
a
las fuerzas de un Gozquejo.»
¡Miren
el Mulo bellaco,
y
qué bien le replicó!
Lo
mismo he leído yo
en
un tal Horacio Flacco,
que
a un autor da por gran yerro
cargar
con lo que después
no
podrá llevar: esto es,
que
no ande la noria el Perro.
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