jueves, 4 de enero de 2018

El Gato y las Aves

Charlatanes se ven por todos lados,
en plazas y en estrados,
que ofrecen sus servicios ¡cosa rara!
a todo el mundo por su linda cara.
Éste, químico y médico excelente,
cura a todo doliente;
pero gratis: no se hable de dinero.
El otro, petimetre caballero,
canta, toca, dibuja, borda, danza,
y ofrece la enseñanza
gratis por afición, a cierta gente.
Veremos en la fábula siguiente
si puede haber en esto algún engaño.
La prudente cautela no hace daño.
Dejando los desvanes y rincones [1],
el señor Mirrimiz, gato de maña,
se salió de la villa a la campaña.
En paraje sombrío,
a la orilla de un río,
de sauces coronado,
en unas matas se quedó agachado.
El Gatazo callaba como un muerto,
escuchando el concierto
de dos mil avecillas,
que en las ramas cantaban maravillas;
pero callaba en vano,
mientras no se acercaban a su mano
los músicos volantes, pues quería
Mirrimiz arreglar la sinfonía.
Cansado de esperar, prorrumpe al cabo,
sacando la cabeza: ¡Bravo!, ¡bravo!.
La turba calla; cada cual procura
alejarse o meterse en la, espesura;
mas él les persuadió con buenos modos,
y al fin logró que le escuchasen todos.
«No soy Gato montés o campesino;
soy honrado vecino
de la cercana villa:
Fui Gato de un maestro de capilla;
la música aprendí, y aún, si me empeño,
veréis cómo os la enseño,
pero gratis y en menos de una hora.
¡Qué cosa tan sonora
será el oír un coro de cantores,
verbigracia calandrias ruiseñores!»
Con estas y otras cosas diferentes,
algunas de las aves inocentes
con manso vuelo a Mirrimiz llegaron;
todas en torno a él se colocaron.
Entonces con más gracia
y más diestro que el músico de Tracia [2],
echando su compás hacia el más gordo,

consigue gratis merendarse un tordo.

[1] Otro verso suelto sin aparente justificación. El verso anterior es una variante de la moraleja del Libro Primero, fábula XIV: El León y la Zorra (La prudente cautela mucho vale). <<
[2] Se refiere a Orfeo, poeta y músico de la mitología griega, que con la sublime belleza de su voz y de su lira era capaz de encantar, «en sentido a la vez metafórico, que es habitual, y literal, esto es sufriendo los efectos mágicos del canto» de Orfeo, cuyo poder se evidenciaba en el hecho de que «árboles, piedras y animales acudían a escuchar a Orfeo, y hasta los ríos detenían su curso para lo mismo» (Ruiz de Elvira, Mit. clás., II, 6). La virtud de su canto alcanzó a los mismos dioses infernales, que le devolvieron a su esposa Eurídice. <<

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