jueves, 4 de enero de 2018

La danza pastoril

A la sombra que ofrece
un gran peñón tajado,
por cuyo pie corría
un arroyuelo manso,
se formaba en estío
un delicioso prado.
Los árboles silvestres
aquí y allí plantados,
el suelo siempre verde,
de mil flores sembrado,
más agradable hacían
el lugar solitario.
Contento en él pasaba
La siesta, recostado.
Debajo de una encina,
con el albogue, Bato [3].
Al son de sus tonadas,
los pastores cercanos,
sin olvidar algunos
la guarda del ganado,
descendían ligeros
desde la sierra al llano.
Las honestas zagalas,
según iban llegando,
bailaban lindamente,
asidas de las manos,
en tomo de la encina
donde tocaba Bato.
De las espesas ramas
se veía colgando
una guirnalda bella
de rosas y amaranto.
La fiesta presidía
un mayoral anciano;
y ya que el regocijo
bastó para descanso,
antes que se volviesen
alegres al rebaño,
el viejo presidente
con su corvo cayado
alcanzó la guimalda
que pendía del árbol,
y coronó con ella
los cabellos dorados
de la gentil zagala
que con sencillo agrado
supo ganar a todas
en modestia y recato.
Si la virtud premiaran
así los cortesanos,
yo sé que no huiría

desde la corte al campo.
 [3] Juan Meléndez Valdés (1754-1817), acaso el mejor poeta neoclásico del XVIII y en ciertos momentos precursor del romanticismo, adoptó el pseudónimo de Batilo, diminutivo de este Bato que aquí aparece. En realidad, este poemita, por su ambienteción y tono y vocabulario, más que una fábula es una oda eglógica tan del gusto de Meléndez. Véase, por ejemplo, su oda De un baile. <<

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