Pero el escarabajo no se contentaba con ser útil, y que se tuviera consideración por su trabajo; envidiaba al picaflor, de quien todos ponderaban la gracia y la gentileza, la hermosura y el brillante plumaje; no perdía ocasión de rebajar sus méritos, creyendo seguramente así ensalzar los propios. Todo lo que hacía el picaflor era criticado por el escarabajo, y hasta sus buenas acciones eran dictadas, al oírle, por la vanidad o por el interés.
-Es un haragán presumido; incapaz de trabajar; saquea a las flores, pero no sabe hacer miel. Bien mirado, no sirve para nada; dicen que es bonito; será, pero no piensa sino en lucirse y acaba por dar rabia el ver a ese atolondrado andar de flor en flor, festejándolas a todas y haciéndose el delicado hasta no tocarlas sino con la punta del pico. Yo no soy así, señor -agregaba-; siempre trabajo calladito, sin tratar de lucirme más que por mis esfuerzos en llevar a cabo mi ruda tarea de estercolero. Pero también todo el mundo sabe cuánto más vale un escarabajo que un picaflor.
Y así lo creía él.
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