(Atreverse a los
autores muertos, y no a los vivos, no sólo es cobardía, sino traición.)
Cobardes
son y traidores
ciertos
críticos, que esperan,
para
impugnar, a que mueran
los
infelices autores,
porque
vivos respondieran.
Un
breve caso a este intento
contaba
una abuela mía.
Diz
que un día en un convento
entró
una Lechuza… miento,
que
no debió ser un día;
fue,
sin duda, estando el sol
ya
muy lejos del ocaso…
Ella,
en fin, encontró al paso
una
lámpara o farol
(que
es lo mismo para el caso).
Y
volviendo la trasera,
exclamó
de esta manera:
«Lámpara,
¡con qué deleite
te
chupara yo el aceite,
si
tu luz no me ofendiera!
«Mas
ya que ahora no puedo,
porque
estás bien atizada,
si
otra vez te hallo apagada,
sabré,
perdiéndote el miedo,
darme
una buena panzada.»
Aunque
renieguen de mí
los
críticos de que trato,
para
darles un mal rato,
en
otra fábula aquí
tengo
de hacer su retrato.
Estando
pues un Trapero
revolviendo
un basurero,
ladrábanle
(como suelen
cuando
a tales hombres huelen)
dos
parientes del Cerbero.
Y
díjoles un lebrel:
«Dejad
a ese perillán
que
sabe quitar la piel
cuando
encuentra muerto un can,
y
cuando vivo, huye de él.»
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