(Alguno que ha
alabado una obra ignorando quién es su autor, suele vituperarla después que lo
sabe.)
Tuvo
Esopo famosas ocurrencias,
¡qué
invención tan sencilla!, ¡qué sentencias!…
He
de poner, pues que la tengo a mano,
una
fábula suya en castellano.
«Cierto
(dijo un Ratón en su agujero),
no
hay prenda más amable y estupenda
que
la fidelidad; por eso quiero
tan
de veras al perro perdiguero.»
Un
Gato replicó: «Pues esa prenda
yo
la tengo también…» Aquí se asusta
mi
buen Ratón, se esconde,
y,
torciendo el hocico, le responde:
«¡Cómo!,
¿la tienes tú?… Ya no me gusta.»
La
alabanza que muchos creen justa,
injusta
les parece
si
ven que su contrario la merece.
¿Qué
tal, señor lector? La fabulilla
puede
ser que le agrade, y que le instruya.
—«Es
una maravilla;
dijo
Esopo una cosa como suya.»
—«Pues
mire usted: Esopo no la ha escrito;
salió
de mi cabeza.» —«¿Conque es tuya?»
—«Sí,
señor erudito:
ya
que antes tan feliz le parecía,
critíquemela
ahora porque es mía.»
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