Asimismo nunca se habían atrevido a pelear uno con otro, y quizá por no haberse descargado la tormenta, era por lo que andaba tan pesada la atmósfera.
Un día por fin reventó. Una palabra más fuerte, una mirada más insultante, o quizá sencillamente el viento norte, y se desplomó una tempestad de topadas.
¡Y fuertes!, no de esas topaditas de carnero mocho que son de pura parada, sino topadas de carneros aspudos, que suenan y duelen. Al fin ambos se cansaron sin haber cedido ninguno; y desde entonces mantuvieron entre sí una amistad inviolable y hasta edificante por lo desinteresada que era.
De la topada, la amistad.
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