Las vizcachas se juntaron en asamblea, y después de decidir ésta que por ser la lucha por demás desigual, no había más remedio que emigrar en masa, el presidente dijo: «La mudanza empezará mañana», y levantó la sesión.
El día siguiente llegó la cuadrilla, pero tarde, y se lo pasaron los napolitanos reconociendo el campo, dejando el trabajo para el día siguiente. Y las vizcachas, siguiendo el ejemplo, dijeron otra vez: «Mañana».
Los hombres no hicieron más, el día siguiente, que contar con prolijidad las vizcacheras que había; y las vizcachas pensaron que la mudanza lo mismo se podría hacer «mañana».
Empezó el trabajo; pero, justamente en la otra punta del campo, de modo que los jefes de las vizcachas que se habían juntado, volvieron a decir: «Mañana».
Comenzaron a llegar vizcachas escapadas de la matanza, muchas de ellas heridas por los perros, sembrando el espanto en las vizcacheras indemnes aún. Asimismo, como todavía antes de muchos días, no estaría la cuadrilla en esta loma, parecía inútil mudarse este mismo día. ¿Para qué tanto apuro? «Mañana será lo mismo», dijeron y se quedaron así días y días, hablando siempre de mañana, acostumbrándose a oír noticias amenazadoras, a ver acercarse el día del peligro, sin por esto moverse, pensando que siempre habría tiempo: mañana.
Y cuando llegó por fin ese terrible mañana, era tarde ya para mudarse, porque no habían preparado donde; era tarde ya hasta para huir, y todas perecieron.
A veces tarda un año, pero siempre viene mañana.
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