La selva
Una
planta recién importada eligió por domicilio la orilla de una selva poblada de
magníficos árboles. Como le preguntase una de sus vecinas, humilde criolla, el
porqué de su decisión: -Es que, dijo ella, veo que aquí prosperan todos
admirablemente. Mire ¡qué lindos árboles! ¡tan grandes y corpulentos! ¡qué
troncos enormes! ¡cuán numerosas son sus ramas y cuán extendidas! ¡qué espléndido
y tupido follaje! Bien se conoce que todos en esta comarca aprovechan a sus
anchas la savia de la tierra, que cada cual recibe su parte de la lluvia que
fecunda, y que para todos hay luz y calor.
Algo
ciega será usted, le contestó la vecina, ¿o mira sin fijarse? No ve que muy
pocos son estos árboles poderosos, si bien alcanzan a taparlo todo, y que
quitan, al contrario, en provecho propio, la luz, el calor y la savia, a la
miserable turba de innumerables retoños que tratan en vano de crecer a su
sombra.
Por
uno que prospera cien mil vegetan, pero sólo el éxito llama la atención y los
vencidos no se cuentan.
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