(Hay trajes propios de algunas profesiones literarias,
con los cuales aparentan muchos el talento que no tienen.)
Aunque
se vista de seda
la
Mona, Mona se queda.
El
refrán lo dice así;
yo
también lo diré aquí,
y
con eso lo verán
en
fábula y en refrán.
Un
traje de colorines,
como
el de los matachines,
cierta
Mona se vistió;
aunque
más bien creo yo
que
su amo la vestiría,
porque
difícil sería
que
tela y sastre encontrase.
El
refrán lo dice: pase.
Viéndose
ya tan galana,
saltó
por una ventana
al
tejado de un vecino,
y
de allí tomó el camino
para
volverse a Tetuán.
Esto
no dice el refrán,
pero
lo dice una historia
de
que apenas hay memoria,
por
ser el autor muy raro
(y
poner el hecho en claro
no
le habrá costado poco).
Él
no supo, ni tampoco
he
podido saber yo,
si
la Mona se embarcó,
o
si rodeó tal vez
por
el istmo de Suez:
lo
que averiguado está
es
que por fin llegó allá.
Vióse
la señora mía
en
la amable compañía
de
tanta mona desnuda;
y
cada cual la saluda
como
a un alto personaje,
admirándose
del traje,
y
suponiendo sería
mucha
la sabiduría,
ingenio
y tino mental
del
petimetre animal.
Opinan
luego al instante,
y
nemine discrepante,
que
a la nueva compañera
la
dirección se confiera
de
cierta gran correría,
con
que buscar se debía
en
aquel país tan vasto
la
provisión para el gasto
de
toda la mona tropa.
(¡Lo
que es tener buena ropa!)
la
directora, marchando
con
las huestes de su mando,
perdió,
no sólo el camino,
sino,
lo que es más, el tino;
y
sus necias compañeras
atravesaron
laderas,
bosques,
valles, cerros, llanos,
desiertos,
ríos, pantanos;
y
al cabo de la jornada
ninguna
dio palotada;
y
eso que en toda su vida
hicieron
otra salida
en
que fuese el capitán
más
tieso ni más galán.
Por
poco no queda mona
a
vida con la intentona;
y
vieron por experiencia
que
la ropa no da ciencia.
Pero,
sin ir a Tetuán,
también
acá se hallarán
monos
que, aunque se vistan de estudiantes,
se
han de quedar lo mismo que eran antes.
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