Después de haber corrido
cierto danzante mono
por cantones y plazas,
de ciudad en ciudad, el mundo
todo,
logró, dice la historia,
aunque no cuenta el cómo,
volverse libremente
a los campos del África
orgulloso.
Los monos al viajero
reciben con más gozo
que a Pedro el zar [4]
los rusos,
que los griegos a Ulises
generoso.
De leyes, de costumbres,
ni él habló ni algún otro
le preguntó palabra;
pero de trajes y de modas todos.
En cierta jerigonza,
con extranjero tono
les hizo un gran detalle [5]
de lo más remarcable a los curiosos.
«Empecemos, decían,
aunque sea por poco.»
Hiciéronse zapatos
con cáscaras de nueces, por lo
pronto;
toda la raza mona
andaba con sus choclos [6],
y el no traerlos era
faltar a la decencia y al decoro.
Un leopardo hambriento
trepa para los monos:
ellos huir intentan
a salvarse en los árboles del
soto.
Las chinelas lo estorban,
y de muy fácil modo
aquí y allí mataba,
haciendo a su placer dos mil
destrozos.
En Tetuán, desde entonces
manda el senado docto
que cualquier uso o moda,
de países cercanos o remotos,
antes que llegue el caso
de adoptarse en el propio,
haya de examinarse,
en junta de políticos, a fondo.
Con tan justo decreto
y el suceso horroroso,
¿dejaron tales modas?
Primero dejarían de ser monos.
[4] Pedro I el Grande (1672-1725)
fue zar de Rusia desde 1682. Decidido a reformar y «occidentalizar» el país,
impuso la indumentaria europea, el afeitado de la barba (a lo que aludió
Samaniego en la Fábula XII del Libro Séptimo) y la reforma del calendario.
Concentró todo el poder en la persona del zar, que acabó siendo jefe supremo
del ejército y la Iglesia. <<
[5]
Galicismo irónico, por «relación», o «descripción circunstanciada, detallada,
que se hace de una cosa» (fr.détail). <<
[6] Zuecos, chanclos de madera o
suela gruesa. <<
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