sábado, 6 de enero de 2018

La gaviota

     La gaviota, como lo sabe cualquiera, nunca se queda muy atrás para ganarse la vida. De gañote algo ancho, de apetito insaciable, poco delicada, le mete pico a cualquier bocado, caiga del cielo o sea pura basura.
     Con esto, algo doctora: y si deja de comer un rato, no por ello cierra el pico, pues también le sirve para charlar. ¡Dios nos libre de sus gritos cuando habla de política!
     A pesar del pelaje, es prima hermana, dicen, del ave negra, que llaman, en los pueblos de campaña.
     Por allá, busca a los que andan por pleitear; atiza el fuego; los manda a su primo que vive en el pueblito, y éste se las sabe componer de tal modo que todos salen perdiendo, menos él, por supuesto.
     Son dos diablos muy vivos, muy útiles en día de elección, y muy amigos del juez. 
     Un día, se quejaban todos los animalitos que viven en la campaña, de la invasión de la langosta. Los que más habían trabajado eran los más afligidos.
     -¡Pensar todo el año -decían-, y no cosechar ni Cristo! Ni un grano va a dejar esta maldita langosta, ni una hebra de pasto. ¡Si el gobierno, siquiera, bajase el impuesto!
     -Al contrario -dijo uno-; han votado otro más para matar la langosta.
     Y todos se callaron, deplorando su miseria. Sola, la gaviota parecía más bien risueña. Uno le preguntó por qué.
     -Amigo -le contestó-, el que sabe vivir, hasta de la langosta vive.


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