El perro se hubiera podido levantar indignado y pegarle algo más que un susto al zorro; pero, como sabía que el abrojo no produce rosas, la propuesta no lo tomaba de sorpresa; se contentó con decirle que no era pan para él y le enseñó el campo.
El zorro se mandó mudar, más bien un poco ligero, por lo que podía suceder; y una vez en la cueva, pensó que un perro de tanta honradez debía de ser de poca viveza.
Con esta idea en la cabeza, lo fue a ver otro día. Se acercó a él arrastrando una bolsa bien cerrada y bastante pesada, y le dijo: «Señor perro, aquí traigo un pavo gordo que me acaban de regalar; como mi cueva está algo retirada y tengo que hacer una diligencia, le pido por favor que me lo guarde; si no lo vengo a reclamar mañana, será suyo sin más trámite. Lo que sí, como garantía, le pediré que me entregue un pollo que le devolveré cuando le venga a pedir el pavo».
El perro olfateó un momento la bolsa y tomándole olor a osamenta vieja, se levantó enojado: «¡So pícaro!» le gritó.
El zorro ya estaba lejos. Una vez en la cueva, pensé que debía de ser un caso raro el de ese perro danés, honrado bastante para no engañar a nadie, y bastante vivo para no dejarse engañar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario