Todos vinieron a felicitar a su futuro jefe, a ofrecérsele y a recomendársele.
El cabrón es de poca cabeza; empezó a creerse un personaje; escuchaba las menores confidencias del menor borrego como si fueran secretos de estado, tomando aires de profunda atención, sacudiendo la cabeza y moviendo los párpados, llegando a darse con sus astas torcidas y su luenga barba blanca toda la apariencia de un sabio reverendo.
Pronto algunos animales de la majada le insinuaron que, una vez nombrado él por el pastor, le sería fácil con un poco de diplomacia suplantar al perro; y que, si había que acudir a la fuerza, allí estaban ellos.
Y el cabrón no dejó de escucharlos con cierto placer.
Pero lo supo el perro, y sencillamente desistió de pedir ayudante al amo.
Como pasaba el tiempo sin que viniese el nombramiento, empezaron los futuros protegidos a preguntar al cabrón para cuándo sería.
-¡Ah! ¿Ese puesto -dijo-, sí, que me lo querían dar? ¡hombre! todo bien pensado, no quise.
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