Sin duda alguna que se hubiera
ahogado
un Lobo con un hueso atragantado,
el paciente la ve, hácele seña;
llega, y ejecutiva,
con su pico, jeringa primitiva,
cual diestro cirujano,
hizo la operación y quedó sano.
Su salario pedía,
pero el ingrato Lobo respondía:
«¿Tu salario? Pues ¿qué más
recompensa
que el no haberte causado leve
ofensa,
y dejarte vivir para que cuentes
que pusiste tu vida entre mis
dientes?»
Marchó por evitar una desdicha,
sin decir tus ni mus, la susodicha.
Haz bien, dice el proverbio castellano,
y no sepas a quién; pero es muy llano
que no tiene razón ni por asomo:
Es menester saber a quién y cómo.
El ejemplo siguiente
nos hará esta verdad más
evidente.
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