Un señor León andaba, como un
perro,
del valle al monte, de la selva
al cerro,
a caza, sin hallar pelo ni lana,
perdiendo la paciencia y la
mañana.
Por un risco escarpado
ve trepar una Cabra a lo
encumbrado,
de modo que parece que se empeña
en hacer creer al León que se
despeña.
El pretender seguirla fuera en
vano;
el cazador entonces cortesano
la dice: «Baja, baja, mi querida;
no busques precipicios a tu vida:
en el valle frondoso
pacerás a mi lado con reposó.»
«¿Desde cuándo, señor, la real
persona
cuida con tanto amor de la barbona?
Esos halagos tiernos
no son por bien, apostaré los
cuernos.»
Así le respondió la astuta Cabra,
y el León se fue sin replicar
palabra.
Lo paga la infeliz con el pellejo,
si toma sin examen el consejo.
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