Pero, poco a poco, indujeron éstos a las abejas a aumentar el número de los cobradores, consiguiendo así colocar a una cantidad tan considerable de sus amigos, que hubo que aumentar los mismos impuestos para pagarles, y que toda la miel de la colmena amenazaba ser poca para tanta gente.
Las abejas se dieron cuenta del peligro y decretaron la inmediata expulsión de los zánganos. Hubo llantos, y los zánganos preguntaron llorosos a las abejas qué iba a ser de ellos, una vez en la calle, y las abejas les contestaron: «¡Que hagan miel, pues, ustedes también!»
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