sábado, 6 de enero de 2018

La vizcacha inexperta

     Criticando, y con mucha razón, a sus padres, que pudiéndola hacer grande y cómoda, pues para ello habían tenido campo a discreción, habían cavado una vizcachera que no alcanzaba siquiera para toda la familia, una vizcacha joven y entusiasta del progreso exclamaba: «¡Pero si es una barbaridad!, haber hecho tan pocos cuartos, tan pequeños, con puertas tan angostas que no puede uno pasar sino de sesgo. Los zaguanes parecen hechos en terreno dado de limosna, y es preciso haber tenido poca previsión para no pensar en que algún día la familia aumentaría. Yo, cuando me establezca, voy a cavar una vizcachera tan grande que ni en todo un siglo la van a llenar mis descendientes». 
     Así hizo, y habiéndose casado, empezó a cavar una cueva inmensa, con bocas muy grandes por todos lados, zaguanes anchos como para pasar tres vizcachas de frente, cuartos enormes, y en tal cantidad que hubieran cabido diez familias de vizcachas, con todos sus trastos y los mil cachivaches inútiles que suele amontonar ese animal.
     Y lo bueno fue que nuestra vizcacha no tuvo hijos, de modo que parecía cementerio ese gran caserón vacío. Nada más que para tenerlo limpio, se hubiera necesitado una multitud de sirvientes, y pronto se cansó de tanto trabajo. Se tuvo que limitar a vivir en cuatro de las piezas más reducidas y abandonó el resto de la cueva. No faltaron entonces alimañas de todas clases para apoderarse de lo que quedaba desocupado; atorrantes y vagos, gente de dudosas costumbres, bullangueros y ladrones, sucios y de mal vivir, que eran un peligro constante para la dueña de la cueva.

     No prever ciertas necesidades del porvenir es malo, sin duda; pero anticiparse a ellas sin cordura, es peor.

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