(Contra dos especies
de malos traductores.)
Sirvió
en muchos combates una espada
tersa,
fina, cortante, bien templada,
la
más famosa que salió de mano
de
insigne fabricante toledano.
Fue
pasando a poder de varios dueños,
y
airosos los sacó de mil empeños.
Vendióse
en almonedas diferentes
hasta
que por extraños accidentes
vino,
en fin, a parar (¡quién lo diría!)
a
un obscuro rincón de una hostería,
donde,
cual mueble inútil arrimada,
se
tomaba de orín. Una criada,
por
mandado de su amo el posadero,
que
debía de ser gran majadero,
se
la llevó una vez a la cocina,
atravesó
con ella una gallina,
y
héteme un asador hecho y derecho
la
que una espada fue de honra y provecho.
Mientras
esto pasaba en la posada,
en
la corte comprar quiso una espada
cierto
recién llegado forastero,
transformado
de payo en caballero.
El
espadero, viendo que al presente
es
la espada un adorno solamente,
y
que pasa por buena cualquier hoja,
siendo
de moda el puño que se escoja,
díjole
que volviese al otro día.
Un
asador que en su cocina había
luego
desbasta, afila y acicala,
y
por espada de Tomás de Ayala
al
pobre forastero, que no entiende
de
semejantes compras, se le vende;
siendo
tan picarón el espadero
como
fue mentecato el posadero.
Mas
¿de igual ignorancia o picardía
nuestra
nación quejarse no podría
contra
los traductores de dos clases,
que
infestada la tienen con sus frases?
unos
traducen obras celebradas,
y
en asadores vuelven las espadas;
otros
hay que traducen las peores,
y
venden por espadas asadores.
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