(Los que piensan que
con citar una autoridad, buena o mala, quedan disculpados de cualquier yerro,
no advierten que la verdad no puede ser más de una, aunque las opiniones sean
muchas.)
Convidados
estaban a un banquete
diferentes
amigos, y uno de ellos,
que,
faltando a la hora señalada,
llegó
después de todos, pretendía
disculpar
su tardanza. «¿Qué disculpa
nos
podrás alegar?» (le replicaron).
Él
sacó su reloj, mostróle, y dijo:
«¿No
ven ustedes cómo vengo a tiempo?
las
dos en punto son.» —«¡Qué disparate!
(le
respondieron); tu reloj atrasa
más
de tres cuartos de hora.» —«¡Pero, amigos!
(exclamaba
el tardío convidado)
¿qué
más puedo yo hacer que dar el texto?
aquí
está mi reloj…» Note el curioso
que
era este señor mío como algunos
que
un absurdo cometen, y se excusan
con
la primera autoridad que encuentran.
Pues,
como iba diciendo de mi cuento,
todos
los circunstantes empezaron
a
sacar sus relojes en apoyo
de
la verdad. Entonces advirtieron
que
uno tenía el cuarto, otro la media,
otro
las dos y veinte y seis minutos,
éste
catorce más, aquél diez menos:
No
hubo dos que conformes estuvieran.
En
fin, todo era dudas y cuestiones.
pero
a la astronomía cabalmente
era
el amo de casa aficionado;
y
consultando luego su infalible,
arreglado
a una exacta meridiana,
halló
que eran las tres y dos minutos,
con
lo cual puso fin a la contienda,
y
concluyó diciendo: «¡Caballeros!
si
contra la verdad piensan que vale
citar
autoridades y opiniones,
para
todo las hay; mas, por fortuna,
ellas
pueden ser muchas, y ella es una.»
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