Débil y flaca cierta Comadreja,
no pudiendo ya más, de puro
vieja,
ni cazaba ni hacía provisiones
de abundantes Ratones,
como en tiempos pasados,
que elegía los tiernos,
regalados,
para cubrir su mesa.
Sólo de tarde en tarde hacía
presa
en tal cual que pasaba muy
cercano,
gotoso, paralítico o anciano.
Obligada del hambre cierto día,
urdió el modo mejor con que
saldría
de aquella pobre situación
hambrienta,
pues la necesidad todo lo
inventa.
Esta vieja taimada
métese entre la harina
amontonada.
Alerta y con cautela,
cual suele en la garita el
centinela,
espera ansiosa su feliz momento
para la ejecución del
pensamiento.
Llega el Ratón sin conocer su
ruina
y mete el hociquillo entre la
harina;
entonces ella le echa de repente
la garra al cuello, y al hocico
el diente.
Con este nuevo ardid tan oportuno
se los iba embuchando de uno en
uno,
y a merced de discurso tan
extraño,
logró sacar su tripa de mal año.
Es feliz un ingenio interesante:
él nos ayuda, si el poder nos deja;
y al ver lo que pasó a la Comadreja,
¿quién no aguzará el suyo en adelante?
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