La desechó y cambió de armero. Éste le hizo otra, fuerte y liviana, de peso tan bien repartido en todas las partes del cuerpo, tan fácil de llevar, de aliviar o de reforzar, según los casos, y al mismo tiempo de tan poco costo, que podía con ella ir, venir y trabajar sin la menor dificultad; y lo mejor era que se la había fabricado con la misma materia de las uñas con que el peludo trabaja la tierra. De por sí, el vecino dejó de embromar.
La espada de un pueblo siempre debe ser del mismo acero que las rejas del arado.
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