Pero el joven, olvidándose de lo que le había enseñado éste, cargaba mal y sin cuidado. Aplastaba las mulas más chicas con las cargas más pesadas, dejando que las mayores anduvieran casi sin llevar nada; colocaba sin tino las maletas, canastos y cajones, llenando con artículos pesados envases grandes, y envases pequeños con mercaderías livianas, de modo que tan mal estaba repartido el peso, que pataleaban las mulas y se empacaban, caían o se revolcaban, destrozándolo todo, y los clientes pronto llevaron la carga a otra parte.
Sólo a cargas iguales y bien repartidas nadie se resiste.
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