(Suelen ciertos
autores sentar como principios infalibles del arte aquello mismo que ellos
practican.)
Había
en un corral un gallinero;
en
este gallinero un Gallo había;
y
detrás del corral, en un chiquero,
un
Marrano gordísimo yacía.
Ítem
más, se criaba allí un Cordero,
todos
ellos en buena compañía;
y
¿quién ignora que estos animales
juntos
suelen vivir en los corrales?
pues
(con perdón de ustedes) el Cochino
dijo
un día al Cordero: «¡Qué agradable,
qué
feliz, qué pacífico destino
es
el poder dormir! ¡Qué saludable!
yo
te aseguro, como soy gorrino,
que
no hay, en esta vida miserable,
gusto
como tenderse a la bartola,
roncar
bien y dejar rodar la bola.»
El
Gallo por su parte al tal Cordero
dijo
en otra ocasión: «Mira, inocente,
para
estar sano, para andar ligero,
es
menester dormir muy parcamente.
El
madrugar, en Julio u en Febrero,
con
estrellas, es método prudente,
porque
el sueño entorpece los sentidos,
deja
los cuerpos flojos y abatidos.»
Confuso,
ambos dictámenes coteja
el
simple Corderillo, y no adivina
que
lo que cada uno le aconseja
no
es más que aquello mismo a que se inclina.
Acá
entre los autores ya es muy vieja
la
trampa de sentar como doctrina
y
gran regla, a la cual nos sujetamos,
lo
que en nuestros escritos practicamos.
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