Al ver pasar el acompañamiento, en el cual figuraban todos los animales de la estancia, el cuis, que es pobre y vive como puede, en su miserable cuevita, siguió también, de curioso y no sin sentir cierta envidia hacia esos ricos que, aun muertos, parecen otra cosa que la demás gente.
Pero cuando lo hubo visto encerrar en el monumento aquel, volvió, curado ya de envidia, a su casa, pensando con razón que más vale un pobre cuis en su miserable cueva, que cualquier perro rico en su bóveda de gran lujo.
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