Siempre trae consigo la vejez muchos desperfectos en los seres, y los mismos caracoles no pueden escapar a esa ley de la naturaleza. Estirando los cuernos para buscar su camino, hacía con el pescuezo esfuerzos inauditos para llegar, llevando encima su casa, hasta una hoja de parra donde pensaba almorzar.
Más que todo, parecía causarle gran dolencia una abolladura, cicatrizada pero ancha y profunda, que tenía en la cáscara, y que forzosamente le tenía que apretar en parte el cuerpo.
Unos caracolitos que lo estaban mirando, buenos muchachos, pero de poca reflexión, como casi todos los caracolitos, le dijeron al pasar:
-Pero, padre caracol, ¿por qué no cambia usted su cáscara por una nueva? Le debe hacer sufrir mucho esa abolladura que tiene.
-Hijitos -les contestó-, esta abolladura, es cierto afea mucho mi casa y me hace sufrir bastante; pero cambiar sería peor, y hasta creo que el desgarro que me causaría la mudanza me sería fatal.
En casa vieja todas son goteras, pero en casa nueva los viejos poco duran.
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