domingo, 7 de enero de 2018

La pulga y el buey

En cierta ocasión una pulga preguntó así al buey:
«¿Qué te ha pasado para que diariamente sirvas como
un esclavo a los hombres, siendo tan grande y
valeroso, si soy yo quien desgarra sus carnes y bebe
con avidez su sangre?». Y el buey: «No soy
desagradecido con la raza de los mortales, pues ellos
me aman y me quieren sobremanera y con frecuencia
me frotan en la frente y en el lomo». Y ella: «Pero para
mí, desdichada, ese frote grato para ti, es un destino
lamentable si es que por casualidad me alcanza».
Los que fanfarronean de palabra son derrotados
hasta por el humilde.

La pulga y el hambre

En cierta ocasión una pulga no hacía más que
molestar a uno. Al atraparla le dijo: «¿Quién eres tú
que te alimentas de todos mis miembros, picándome a
la ligera y sin motivo?». Ella gritó: «Así vivimos, no
me mates, pues no puedo hacerte un gran mal». Él,
riéndose, le dijo así: «En un momento estarás muerta
con mis propias manos, pues no conviene en absoluto
que surja en modo alguno ningún mal, ni pequeño ni
grande».
La fábula muestra que no conviene compadecerse
del malo, grande o pequeño.

La pulga y el atleta

En cierta ocasión una pulga dio un salto y se posó
en el pie de un atleta enfermo y, al saltar, le produjo
una picadura. Él, muy irritado, se disponía a aplastar a
la pulga con sus uñas. Pero ella con un impulso dio un
salto natural y, alejándose, escapó de la muerte. El
atleta, enojado, dijo: «Heracles, cuando me auxilias así
con una pulga, ¿cómo vas a ser un colaborador contra
mis rivales?».
Por lo tanto, la fábula también a nosotros nos
enseña que no debemos invocar enseguida a los dioses
para asuntos de poca importancia y sin riesgo, sino
para las necesidades mayores.

El loro y la comadreja

Un hombre que había comprado un loro lo llevó a
vivir a su casa. El loro, como animal manso que es,
saltó sobre el hogar y se posó en él, y desde allí gritaba
alegremente. Una comadreja, al verlo, le preguntó
quién era y de dónde había venido. El loro dijo: «El
amo me ha comprado hace poco». «Y bien —dijo
ella— tú, el más osado de los animales, un recién
llegado, gritas de tal manera, cuando a mí, nacida en la
casa, los amos no me lo permiten, sino que, si en
alguna ocasión lo hago, se enfadan y me echan.» El
respondió: «Señora de la casa, márchate lejos, pues los
amos no se enfadan del mismo modo con mi voz que
con la tuya».
La fábula es oportuna contra un hombre criticón
que intenta siempre echar las culpas a otros.

Las ollas

Un río arrastraba una olla de barro y otra de bronce.
La de barro decía a la de bronce: «Nada lejos de mí y
no cerca, pues si tú te me acercas me romperé y
también si yo te toco sin querer».
La vida es insegura para un pobre que vive cerca de
un soberano ladrón.

Las ocas y las grullas

Ocas y grullas comían en el mismo prado. Se les
aparecieron unos cazadores y las grullas, que eran
ligeras, echaron a volar. Las ocas, rezagadas por la
pesadez de sus cuerpos, fueron capturadas.
Así, también entre los hombres, cuando se produce
una guerra en la ciudad, los pobres, ligeros de peso,
fácilmente se mantienen a salvo al huir de una ciudad a
otra y continúan siendo libres; sin embargo, los ricos,
al quedarse por el exceso de sus bienes, muchas veces
son esclavizados.

La tortuga y la liebre

Una tortuga y una liebre discutían sobre su rapidez.
Y, tras fijar fecha y lugar, se separaron. Así pues, la
liebre, despreocupándose de la carrera, confiada en su
rapidez natural, se echó junto al camino y se puso a
dormir. La tortuga, consciente de su propia lentitud, no
dejó de correr y así, sobrepasando a la liebre que
dormía, alcanzó el premio de la victoria.
La fábula muestra que muchas veces el trabajo
vence a una naturaleza despreocupada.

La tortuga y el águila.

Una tortuga pidió a un águila que le enseñara a
volar. Aunque ésta le advirtió que eso excedía a su
naturaleza, aquélla insistió en su petición. Así pues, la
cogió con sus garras y se la llevó a las alturas, luego la
soltó. La tortuga cayó sobre una roca y se destrozó.
La fábula muestra que muchos se dañan a sí
mismos por no hacer caso, en su afán de porfiar, a los
más prudentes.

La golondrina que presumía y la corneja

La golondrina dijo a la corneja: «Yo soy virgen y
ateniense, princesa e hija del rey de Atenas» y añadió
el episodio de Tereo, la violación y la amputación de la
lengua. Y la corneja dijo: «¿Qué habrías hecho si
hubieras tenido lengua, cuando hablas tanto con la
lengua cortada?».
Los que presumen de palabra, ellos mismos, al
mentir, se contradicen.

La golondrina y los pájaros

Nada más brotar el muérdago, una golondrina se
dio cuenta del riesgo que amenazaba a las aves y,
habiendo reunido a todos los pájaros, les aconsejó que,
mejor que nada, cortasen las encinas donde se produce
el muérdago; y si eso no les era posible, que se
refugiasen en los hombres y les suplicasen que no
utilizaran el poder del muérdago para capturarlos.
Riéndose éstos de sus tonterías, ella se fue a suplicar
ayuda a los hombres. Éstos la acogieron por su
sagacidad y hasta la aceptaron como convecina. Así
ocurrió que los hombres cazan y se comen a los
restantes pájaros, pero sólo la golondrina, como
protegida, anidaba sin miedo en sus casas.
La fábula muestra que los que prevén el porvenir
naturalmente apartan de sí los peligros.

La golondrina y la corneja que disputaban sobre su belleza

Una golondrina y una corneja disputaban sobre su
belleza. La corneja tomó la palabra y le dijo: «Tu
belleza florece en la estación primaveral; mi cuerpo, en
cambio, se mantiene en perfecta forma incluso en
invierno».
La fábula muestra que la larga duración del cuerpo
es mejor que su belleza.

La golondrina y la serpiente

Una golondrina que había anidado en un tribunal
echó a volar; una serpiente, deslizándose, devoró a sus
crías. Al regresar aquélla y encontrar el nido vacío se
lamentaba con gran dolor. Otra golondrina intentó
consolarla y le dijo que no era ella la primera que
había perdido sus crías; la otra le contestó: «No lloro
tanto por mis hijos como porque me han agraviado en
este lugar en el que logran ayuda los que reciben
agravios».
La fábula muestra que muchas veces son más
difíciles las desgracias para los que las sufren cuando
son provocadas por quienes menos lo esperan.

El invierno y la primavera

El invierno se burló de la primavera y le echó en
cara que en cuanto aparecía ya nadie estaba tranquilo,
sino que el uno iba a los prados y bosques, al que le
era grato cortar flores y lirios o incluso mecer una rosa
ante sus ojos y ponérsela en el pelo; otro, subiendo en
una nave y surcando el mar, va, si se tercia, a ver a
otros hombres; y que ya nadie se preocupa de los
vientos o de la mucha agua de las lluvias. «Yo —
dijo— me parezco a un jefe y a un soberano y ordeno
mirar no al cielo, sino hacia abajo, hacia el suelo y
obligo a tener miedo y a temblar y, a veces, a pasar el
día en casa a gusto.» «Por eso —dijo la primavera—
los hombres gustosamente se librarían de ti; de mí, en
cambio, incluso el propio nombre les parece que es
hermoso, y ¡por Zeus!, el más hermoso de los
nombres, de modo que cuando me voy me añoran y
están flamantes cuando aparezco.»

La cigarra y las hormigas

En invierno las hormigas secaban el grano mojado.
Una cigarra hambrienta les pidió comida. Las
hormigas le dijeron: «¿Por qué durante el verano no
recogiste comida también tú?». Ésta dijo: «No
holgaba, sino que cantaba melodiosamente». Ellas,
riéndose, dijeron: «Pues si en verano cantabas, baila
ahora».
La fábula muestra que no debe uno descuidarse en
ningún asunto, para no afligirse y correr peligro.

El herrero y el perrito

Un herrero tenía un perro que dormía mientras él
trabajaba; a la hora de comer, en cambio, despertaba y
se le ponía a su lado. El herrero, echándole un hueso,
le dijo: «¡Desgraciado, dormilón!, cuando golpeo el
yunque, duermes; pero cuando muevo los dientes,
enseguida despiertas».
La fábula censura a los dormilones y perezosos, y
que comen de los trabajos ajenos.

El avaro

Un avaro que había convertido en dinero toda su
hacienda y había adquirido un lingote de oro lo enterró
en un lugar (y al tiempo sepultó allí su propia alma y
su mente) e iba allí todos los días a mirarlo. Un
trabajador que le había observado de cerca y había
comprendido lo que pasaba desenterró el lingote y se
lo llevó. Cuando el otro volvió y vio el lugar vacío,
comenzó a lamentarse y mesarse los cabellos. Uno, al
ver cómo se lamentaba y enterarse de la causa, dijo:
«¡Eh tú!, no te desanimes así, pues, cuando lo tenías,
tampoco tenías el oro. Así pues, coge una piedra en
vez de oro, pónla y piensa que tienes el oro, pues te
colmará del mismo provecho; porque, según veo,
cuando estaba el oro, tampoco hacías uso de su
posesión».
La fábula muestra que la posesión no es nada, si
con ella no va el uso.

El jinete calvo

Un calvo que se había puesto una peluca montaba a
caballo, El viento, al soplar, se la quitó; una gran risa
les dio a los que andaban por allí. Y aquél detuvo el
caballo y dijo: «¿Por qué es extraño que huyan de mí
unos pelos que no eran míos, que incluso abandonaron
al que los tenía, con quien nacieron?».
Que nadie se apene por la desgracia que le llegue,
porque lo que no obtuvo de la naturaleza al nacer, eso
tampoco permanece con él; pues vinimos desnudos,
desnudos también nos marcharemos.

La cerda y la perra (sobre su fecundidad)

Una cerda y una perra disputaban acerca de su
fecundidad. Como la perra dijese que era la única de
los cuadrúpedos que paría tras muy breve gestación, la
cerda respondió: «Cuando digas eso, reconoce que los
pares ciegos».
La fábula muestra que no se juzgan las acciones por
su rapidez, sino por su perfección.

La hiena y la zorra

Dicen que las hienas, que cambian cado año su
naturaleza, unas veces son machos y otras hembras. Y
una hiena, al ver a una zorra, le reprochó que no se
acercara a ella, que quería ser su amiga. Y aquélla,
respondiendo, dijo: «No me lo reproches a mí, sino a
tu naturaleza, por la que ignoro si te he de tratar como
amiga o como amigo».
Contra un hombre ambiguo.

Las hienas

Dicen que las hienas cambian cada año su
naturaleza y que unas veces se hacen machos y otras
hembras. Y en cierta ocasión, una hiena macho montó
contra natura a una hembra. Ésta, tomando la palabra,
dijo: «Pero, amigo, hazlo así, que pronto te pasará lo
mismo».
Naturalmente podría decirse esto contra el que
ejerce un mando despótico sobre quien le va a sustituir
de inmediato en el mismo.

El macho cabrío y la vid

Un macho cabrío comía el brote tierno de una vid.
Ésta le dijo: «¿Por qué me dañas?, ¿es que no hay
hierba? Ya proporcionaré yo todo el vino que
necesiten cuando te sacrifiquen».
La fábula censura a los desagradecidos y que
quieren aprovecharse de los amigos.

El arquero y el león

Subió a un monte un arquero experto en cazar.
Todos los animales huyeron y sólo un león le retó a
una lucha. El arquero le disparó un dardo y,
alcanzando al león, dijo: «Ve conociendo cómo es mi
mensajero, que enseguida ataco yo». El león, herido,
echó a correr. Al decirle una zorra que tuviese ánimo y
no huyera, el león dijo: «De ningún modo me
engañarás; pues cuando tiene un mensajero tan
amargo, si me ataca él en persona, ¿qué voy a hacer?».
Desde el principio se deben examinar previamente
los finales y así después salvar la vida.

El muro y la estaca

Un muro, golpeado violentamente por una estaca,
gritaba: «¿Por qué me destrozas, sin que yo te haya
hecho ningún mal?». Y ésta le dijo: «Yo no tengo la
culpa de esto, sino el que por detrás me golpea con
fuerza».

La cigarra y las hormigas

En invierno las hormigas secaban el grano mojado.
Una cigarra hambrienta les pidió comida. Las
hormigas le dijeron: «¿Por qué durante el verano no
recogiste comida también tú?». Ésta dijo: «No
holgaba, sino que cantaba melodiosamente». Ellas,
riéndose, dijeron: «Pues si en verano cantabas, baila
ahora».
La fábula muestra que no debe uno descuidarse en
ningún asunto, para no afligirse y correr peligro.

La cigarra y la zorra

Una cigarra cantaba en lo alto de un árbol. Una
zorra, queriendo comérsela, ideó algo así: se situó
enfrente para admirar su buena voz y le pedía que
bajara, diciendo que deseaba ver de qué tamaño era el
animal que emitía tal sonido. Y aquélla, sospechando
su engaño, arrancó una hoja y la dejó caer. La zorra
corrió hacia lo que creyó ser la cigarra y ésta dijo: «Te
has equivocado, amiga, si supusiste que iba a bajar;
pues yo me guardo de las zorras desde que en un
excremento de zorra vi alas de cigarra».
Las desgracias del prójimo hacen prudentes a los
hombres sensatos.

El pavo real y el grajo

Celebraban las aves un consejo para tratar de su
reino, y un pavo real pretendía que se le votase rey por
su belleza. Dispuestas las aves a eso, un grajo dijo:
«Pero, si nos persigue un águila, cuando tú reines,
¿cómo nos vas a ayudar?».
La fábula muestra que no son censurables quienes,
en previsión de los peligros futuros, antes de sufrirlos,
se protegen.

El pavo real y la grulla

Un pavo real se burlaba de una grulla, y mofándose
del color de su cuerpo le decía: «Estoy revestido de
oro y púrpura; tú, en cambio, nada hermoso llevas en
tus alas». Ésta dijo: «Pero yo canto cerca de las
estrellas y vuelo a lo alto del cielo; tú, en cambio,
como un gallo, vas por abajo entre las gallinas».
Es mejor ser célebre con un vestido pobre que vivir
sin fama enorgullecido por la riqueza.

El toro y las cabras monteses

Un toro, perseguido por un león, se refugió en una
cueva en la que había cabras monteses. Golpeado y
corneado por ellas, dijo: «No lo aguanto porque os
tenga miedo a vosotras, sino al león que está ante la
entrada».
Así, muchos, por miedo a los más poderosos,
soportan incluso las insolencias de los inferiores.

La avispa y la serpiente

Una avispa se posó en la cabeza de una serpiente y
la atormentaba golpeándola continuamente con su
aguijón. La serpiente, sintiendo un dolor agudo y no
pudiendo rechazar al enemigo, puso su cabeza bajo la
rueda de un carro y así murió junto a la avispa.
La fábula muestra que algunos escogen morir junto
con los enemigos.

Las avispas, las perdices y el labrador

Avispas y perdices, atormentadas por la sed, fueron
a ver a un labrador a pedirle de beber y le prometían
que, a cambio del agua, le devolverían este favor: las
perdices removerían sus viñas, las avispas,
revoloteando en círculo, ahuyentarían a los ladrones
con sus aguijones. El labrador dijo: «Tengo dos bueyes
que, sin prometer nada, hacen todo; por tanto, es mejor
darles a ellos que a vosotras».
La fábula vale contra hombres depravados que
prometen prestar un servicio, pero cometen
grandísimos daños.

La cerda y la perra que se insultaban

Una cerda y una perra se insultaban una a otra. La
cerda juraba por Afrodita que desgarraría a la perra
con sus dientes. La perra a eso contestó con ironía:
«Bien nos juras por Afrodita, pues muestras que eres
muy amada por ella, que a quien prueba de tus carnes
impuras, en absoluto deja entrar en su templo». Y la
cerda: «Por eso, en efecto, es más evidente que la
diosa me ama, pues rechaza por completo a quien me
mata o maltrata de cualquier forma; tú, sin embargo,
hueles mal viva o muerta».
La fábula muestra que los oradores prudentes
metódicamente transforman en elogio las injurias de
los enemigos.

El jabalí, el caballo y el cazador

Un jabalí y un caballo pacían en el mismo lugar.
Como el jabalí destrozaba la hierba y enturbiaba el
agua, el caballo, queriendo librarse de él, se alió con
un cazador. Y, al decirle éste que no podía ayudarle a
no ser que soportara un freno y le dejara montar, el
caballo aceptó todo. Y el cazador, montado en él, mató
al jabalí y, llevándose al caballo, lo ató al pesebre.

Así, muchos, por una ira irreflexiva, mientras
quieren librarse de los enemigos se entregan a otros.

El jabalí y la zorra

Un jabalí, parado junto a un árbol, se afilaba los
dientes. Al preguntarle una zorra por qué, sin que le
amenazara ningún cazador ni ningún peligro, aguzaba
sus dientes, dijo: «No lo hago vanamente, pues si me
sobreviene un peligro no tendré entonces que afilarlos
y los utilizaré, pues ya estarán dispuestos».
La fábula enseña que los preparativos deben
hacerse antes de los peligros.

El topo y su madre

Un topo —animal ciego— dijo a su madre que veía.
Y ella para probarle le dio un grano de incienso y le
preguntó qué era. El topo respondió que una
piedrecita, y la madre dijo: «Hijo, no sólo estás
privado de la vista, sino que también has perdido el
olfato».
Así, algunos fanfarrones, en tanto que proclaman
cosas imposibles, son rebatidos hasta en las más
insignificantes.

El trompeta

Un trompeta que convocaba al ejército, al ser hecho
prisionero por los enemigos, gritó: «No me matéis,
soldados, a la ligera y sin motivo; pues no he matado a
ninguno de vosotros, ya que, excepto este bronce, no
tengo ningún otro». Ellos le dijeron: «Pues por eso
precisamente vas a morir, porque tú, que no puedes
combatir, reúnes a todos para el combate».
La fábula muestra que más delinquen los que
incitan a obrar mala los gobernantes malos y violentos.

El granado, el manzano, el olivo y la zarza

Un granado, un manzano y un olivo disputaban
sobre su fertilidad. Como se produjese una disputa
muy acalorada, una zarza, que desde una valla cercana
les había oído, dijo: «Amigos, dejemos alguna vez de
pelear».
Así, en las disputas de los mejores también los que
no valen nada intentan parecer que son algo.

La rosa y el amaranto

Un amaranto que crecía junto a una rosa dijo:
«¡Qué flor más hermosa y deseable eres para dioses y
hombres!, te felicito por tu belleza y por tu aroma».
Ésta dijo: «Yo vivo por poco tiempo, amaranto, y,
aunque nadie me corte, me marchito; sin embargo, tú
floreces y vives siempre tan joven».
Es mejor perdurar contentándose con poco que, por
darse importancia poco tiempo, sufrir un cambio desafortunado
o incluso morir.

Prometeo y los hombres

Prometeo, por mandato de Zeus, modeló a los
hombres y a los animales. Zeus, al observar que los
animales irracionales eran muchos más, le ordenó que,
destruyendo a algunos, los transformara en hombres.
Cuando éste hizo lo que se le había ordenado, resultó
de ello que los que no habían sido modelados hombres
desde el principio tenían la forma de los hombres pero
el espíritu de animales.
La fábula es oportuna contra un hombre burdo y
bestial.

La oveja esquilada

Una oveja esquilada malamente dijo al que la estaba
esquilando: «Si buscas lanas, corta más arriba; pero si
deseas carne, sacrifícame de una vez y deja de
atormentarme por partes».
La fábula es ajustada para los que se dedican a sus
oficios sin aptitudes.

El río y el cuero

Un río, al ver que un cuero flotaba en su corriente,
le preguntó: «¿Cómo te llamas?». Al responderle éste:
«Mi nombre es duro», cubriéndole con su corriente,
dijo: «Búscate otro nombre, pues yo te voy a hacer
blando».
Una desgracia en la vida muchas veces hizo bajar a
tierra a un hombre osado y arrogante.

La Guerra y el Desenfreno

Los dioses se casaron con quien a cada uno le tocó
en suerte. La Guerra asistió al último sorteo. Sólo
consiguió al Desenfreno y, muy enamorada de él, se
casó. Lo acompaña a cualquier sitio que vaya.
Adonde llegue el Desenfreno, en una ciudad o en
una nación, la Guerra y las luchas enseguida vienen
tras él.

El pastor que gastaba bromas

Un pastor que apacentaba su rebaño bastante lejos
de la aldea continuamente gastaba la siguiente broma:
llamaba, en efecto, a gritos a los aldeanos en su ayuda
diciendo que unos lobos atacaban las ovejas. Dos y
tres veces los de la aldea se asustaron y salieron fuera,
volviendo después burlados. Ocurrió finalmente que
una vez los lobos atacaron de verdad. Mientras
saqueaban el rebaño y el pastor llamaba a los aldeanos
en su ayuda, éstos, suponiendo que bromeaba como de
costumbre, no se preocuparon en absoluto y así se
quedó sin ovejas.
La fábula muestra que los embusteros ganan esto:
no ser creídos cuando dicen la verdad.

El pastor que metía un lobo en el aprisco y el perro

Un pastor que metía las ovejas en el aprisco estuvo
a punto de encerrar con ellas también a un lobo, pero
su perro, al verlo, le dijo: «Si quieres salvar las ovejas
de tu rebaño ¿cómo metes con él este lobo?».
La convivencia con los malos puede hacer un daño
muy grande y causar la muerte.

El pastor y las ovejas

Un pastor que había llevado sus ovejas aun entinar,
al ver una encina muy grande repleta de bellotas,
extendiendo debajo su manto, se subió a ella y sacudía
el fruto. Las ovejas, al comer las bellotas, sin darse
cuenta, también se comieron a la vez el manto. Cuando
el pastor bajó y vio lo sucedido, dijo: «Malditos
animales!, vosotros que proporcionáis a los demás las
lanas para sus ropas, a mí, que os alimento, me quitáis
hasta el manto».
Así, muchos hombres, por ignorancia, beneficiando
a los que nada les importan, cometen maldades con los
suyos.

El pastor y el lobezno

Un pastor encontró un lobezno y lo crió; luego,
convertido en cachorro, le enseñó a robar de los
rebaños cercanos. El lobo, cuando aprendió, dijo:
«Mira, no sea que tú, que me has acostumbrado a
robar, eches de menos alguna de tus ovejas».
Los malos por naturaleza, que aprenden a robar y a
ser ambiciosos, muchas veces dañan a los que les
habían enseñado.

El pastor y el lobo criado con perros

Un pastor que había encontrado un cachorro de lobo
recién nacido y lo había recogido lo criaba junto con
sus perros. Cuando creció, si en alguna ocasión un
lobo arrebataba una oveja, también él junto con los
perros lo perseguía. A veces, no pudiendo los perros
coger al lobo regresaban de vacío, pero aquél lo seguía
hasta que lo cogía y, como lobo, tomaba parte de la
presa; luego volvía. Cuando no eran los otros lobos los
que robaban una oveja, él la mataba a escondidas y la
comía con los perros, hasta que el pastor tuvo
sospechas y, comprendiendo lo que hacía, lo mató,
colgándolo de un árbol.
La fábula muestra que una naturaleza malvada no
forma un modo de ser honrado.

El pastor y los lobeznos

Un pastor que había encontrado unos lobeznos los
crió con mucho cuidado pensando que finalmente no
sólo custodiarían sus ovejas, sino que cuando otros
lobos le quitaran algunas, se las devolverían a él. Pero
éstos, tan pronto como crecieron y adquirieron
confianza, comenzaron a destruir el rebaño. Cuando el
pastor se dio cuenta de ello, dijo entre llantos: «Es
justo lo que me ha pasado, pues ¿por qué salvé, cuando
eran pequeños, a esos que había incluso que matar
cuando crecieran?».
Así, los que salvan a los malvados, sin darse cuenta,
los fortalecen primero contra ellos mismos.

El pastor y el perro que meneaba la cola ante las ovejas

Un pastor que tenía un perro muy grande
acostumbraba a darle de comer las ovejas que morían y
sus corderillos recién nacidos. Y un día, cuando
entraba el rebaño, el pastor, al ver que el perro se
acercaba a las ovejas y meneaba la cola ante ellas, dijo:
«¡Que caiga sobre tu cabeza lo que tú quieres para
éstas!».
La fábula es oportuna para un adulador.

El pastor y el mar

Un pastor que apacentaba su rebaño cerca del mar,
al verlo calmo y tranquilo, quiso navegar. Pues bien,
vendió sus ovejas, compró dátiles, los cargó en una
nave y se hizo a la mar. Pero, al producirse una
violenta tempestad y correr peligro la nave de irse a
pique, echó toda la carga al mar y se salvó con
dificultad con la nave vacía. Después de unos pocos
días, al acercársele uno y admirar la tranquilidad del
mar —pues casualmente estaba en calma—,
interrumpiéndole, dijo: «Buen hombre, de nuevo desea
dátiles el mar y por eso parece que está tranquilo».
La fábula muestra que los sufrimientos sirven de
enseñanza a los hombres.

El rico y las plañideras

Un rico que tenía dos hijas, cuando murió una,
contrató unas plañideras. La otra le dijo a la madre:
«¡Desdichadas de nosotras, que no sabemos
lamentarnos nosotras mismas cuando la pena es
nuestra, y éstas, a las que en nada les concierne, se dan
golpes de pecho y lloran con tanta vehemencia!». Y
aquélla, respondiendo, dijo: «No te asombre, hija, el
que ésas se lamenten de modo tan lastimero, pues lo
hacen por dinero».
Así, algunos hombres, por ambición, no vacilan en
especular con las desgracias ajenas

El rico y el curtidor

Un rico estableció su vivienda junto a un curtidor;
no pudiendo soportar el mal olor, no dejaba de
insistirle para que se mudase. Éste siempre le daba
largas, diciendo que se mudaría al cabo de poco
tiempo. Tras muchos años de repetirse lo mismo,
ocurrió que pasado un tiempo el rico, habituado al
olor, ya no le importunó más.
La fábula muestra que la costumbre mitiga hasta lo
desagradable de las cosas.

Los navegantes

Navegaban unos hombres embarcados en una nave.
Cuando estaban en alta mar se desencadenó una
violenta tempestad y la nave casi se hundió. Uno de los
navegantes, rasgándose las vestiduras, invocaba a los
dioses patrios entre llantos y lamentos, prometiendo
que les ofrecería sacrificios de agradecimiento, si se
salvaban. Cuando cesó la tempestad y se hizo de nuevo
una calma chicha, se pusieron a celebrarlo, bailaban y
daban saltos, porque habían escapado de un peligro
inesperado. Y el piloto, que era un hombre duro, les
dijo: «Amigos, debemos alegrarnos, sin olvidar que
quizá de nuevo se produzca una tempestad».
La fábula enseña a no exaltarse demasiado con los
sucesos felices, pensando lo mudable de la fortuna.

Los hijos del mono

Dicen que los monos engendran dos crías y que
aman a una de ellas y la crían con cuidado, en cambio
a la otra la aborrecen y la abandonan. Ocurrió, por una
cierta suerte divina, que la más mimada, abrazada
dulce y estrechamente a la madre, se ahogó y la
desdeñada salió adelante.
La fábula muestra que la suerte resulta más
poderosa que la previsión.

El mono y la camella

En una asamblea de animales se levantó un mono y
se puso a bailar. Como todos lo acogieran bien y le
aplaudieran mucho, una camella, llena de envidia,
quiso ganárselos. Por eso, se levantó e intentó bailar
también ella. Pero, como hacía muchas cosas raras, los
animales, indignados, la echaron a golpes de palos.
La fábula es oportuna para los que, por envidia,
rivalizan con los mejores.

El mono y el delfín

Los que navegan tienen la costumbre de llevar
consigo perros malteses y monos para su distracción
durante la travesía. Uno que iba a navegar se llevó
también un mono. Cuando llegaron a la altura del
Sunio, el cabo del Ática, se desencadenó una violenta
tempestad. Como la nave se fuese a pique y todos
tratasen de ganar la costa a nado, también el mono
nadaba. Un delfín que lo había visto y había supuesto
que era un hombre, se puso debajo de él, y lo
transportó hacia tierra firme. Cuando llegó al Pireo, el
puerto de los atenienses, preguntó al mono si era
ateniense de nacimiento. Al responderle éste que sí y
que allí tenía ascendientes ilustres, le volvió a
preguntar si conocía el Pireo. Creyendo el mono que le
hablaba de un hombre, le dijo que era muy amigo
suyo, incluso íntimo. Y el delfín, irritado por tanta
mentira, se sumergió y lo ahogó.
La fábula es para los hombres que cuando
desconocen la verdad, acostumbran a engañar.

El mono y los pescadores

Un mono, sentado en lo alto de un árbol, al ver que
unos pescadores echaban una red barredera en un río,
observaba lo que hacían y, al dejar éstos la red y
retirarse un poco para comer, bajó del árbol e intentó
imitarlos —dicen, en efecto, que este animal es
imitador—. Pero al coger las redes, se enganchó y
corría peligro de ahogarse. Y se dijo a sí mismo: «Es
justo lo que me ha pasado, pues ¿por qué, sin saber
pescar, me puse a ello?».
La fábula muestra que el intento de lo que en
absoluto interesa no sólo es inútil, sino también
dañino.

Las dos alforjas

En otro tiempo Prometeo, que había modelado a los
hombres, colgó de ellos dos alforjas, la de los males
ajenos y la de los propios. Y la de los extraños la
colocó delante, la otra la colgó detrás. De ahí que los
hombres ven enseguida los males ajenos pero no
reparan en los propios.
Uno podría servirse de esta fábula contra un
intrigante que, ciego ante sus propios asuntos, se
preocupa de los que no le interesan en absoluto.

El mono y los pescadores

Un mono, sentado en lo alto de un árbol, al ver que
unos pescadores echaban una red barredera en un río,
observaba lo que hacían y, al dejar éstos la red y
retirarse un poco para comer, bajó del árbol e intentó
imitarlos —dicen, en efecto, que este animal es
imitador—. Pero al coger las redes, se enganchó y
corría peligro de ahogarse. Y se dijo a sí mismo: «Es
justo lo que me ha pasado, pues ¿por qué, sin saber
pescar, me puse a ello?».
La fábula muestra que el intento de lo que en
absoluto interesa no sólo es inútil, sino también
dañino.

La paloma sedienta

Una paloma, atormentada por la sed, al ver pintada
en un cuadro una cratera de agua, supuso que era
real. Por eso, se precipitó con mucho estruendo y, sin
advertirlo, se estampó contra el cuadro. Y le ocurrió
que, al rompérsele las alas, cayó al suelo y uno de los
que andaban por allí la capturó.
Así, algunos hombres que, por un deseo vehemente,
emprenden irreflexivamente los asuntos, sin darse
cuenta se lanzan a la ruina.

La perdiz y el hombre

Un hombre que había cazado una perdiz iba a
degollarla. Ella le suplicaba diciendo: «Deja que viva
y, a cambio de mí, yo cazaré para ti muchas perdices».
Él respondió: «Por eso mismo estoy decidido a
sacrificarte, porque quieres tender trampas a tus
parientes y amigos».
Que quien maquina artimañas insidiosas contra sus
amigos caerá él mismo en sus trampas.

El padre y sus hijas

Un hombre que tenía dos hijas dio una en
matrimonio a un hortelano, y la otra a un alfarero. Al
cabo del tiempo, fue a ver a la del hortelano y le
preguntó cómo estaba y qué tal les iban las cosas. Ella
dijo que todo les iba bien, pero que sólo pedía a los
dioses que llegase el mal tiempo y la lluvia para que
las hortalizas se regasen. No mucho después, fue a ver
a la del alfarero y le preguntó cómo estaba. Al decir
ésta que de lo demás nada le faltaba, pero que sólo
pedía que permaneciese el cielo raso y un sol brillante
para que las vasijas se secasen, le dijo: «Si tú pretendes
el buen tiempo y tu hermana el malo ¿con cuál de
vosotras voy a rogar?».
Así, los que intentan al mismo tiempo distintos
asuntos es natural que fracasen en ambos.

El hombre que tenía dinero en depósito y el Juramento

Un hombre que había tomado dinero prestado de un
amigo pensaba quedarse con él. Y en esto que, al
citarle éste a que prestase juramento, se fue al campo
para evitarlo. Llegado a las puertas de la ciudad vio
que salía un cojo y le preguntó quién era y adónde iba.
Al decir éste que él era el Juramento y que iba contra
los impíos, por segunda vez le preguntó cada cuánto
tiempo acostumbraba a visitar las ciudades. Éste dijo:
«Cada cuarenta años, pero a veces incluso cada
treinta». Y él, sin vacilar un momento, al día siguiente
juró que no había recibido dinero en depósito.
Pero al encontrarse con el Juramento éste lo llevó a
un precipicio; el otro le culpaba de que, aunque le
había dicho antes que se marcharía durante treinta
años, ni siquiera le había dado un solo día de garantía.
Él, respondiendo, dijo: «Entérate bien de que,
cuando alguien tiene la intención de molestarme,
acostumbro a visitarlo el mismo día».
La fábula muestra que el castigo del dios para los
impíos no es a plazo fijo.
[299]

El niño que se bañaba

En cierta ocasión un niño que se bañaba en un río
estuvo en un tris de ahogarse. Al ver a un caminante,
lo llamó para que lo socorriese. Éste reprendió al niño
por atrevido. El mozalbete le dijo: «Ahora ayúdame,
luego, cuando esté a salvo, podrás reprenderme».
La fábula se dice contra los que, en su propio
perjuicio, dan ocasión de que se les critique.

El niño ladrón y su madre

Un niño que había sustraído de la escuela la tablilla
de su compañero se la llevó a su madre. Ella no sólo
no lo reprendió, sino que incluso se lo alabó. Después
robó un manto y se lo llevó a ella. Y aquélla lo alabó
aún más. Pasando el tiempo, cuando se convirtió en un
joven, incluso intentó robar cosas más importantes.
Cogido una vez in fraganti, lo llevaron al verdugo con
las manos atadas a la espalda. Su madre lo acompañó
dándose golpes de pecho, y el chico dijo que quería
confesarle algo al oído; y tan pronto como se le acercó,
le cogió la oreja y se la mordió. Al acusarle ella de
impiedad, porque no contento con los delitos que ya
había cometido, maltrató también a su madre, aquél,
respondiendo, dijo: «Si me hubieras reprendido
cuando por primera vez robé una tablilla y te la llevé,
no habría llegado al extremo de ser conducido incluso
a la muerte».
La fábula muestra que lo que no se castiga en un

El niño y el león pintado

Un anciano cobarde que tenía un hijo único,
valeroso y apasionado por la caza, lo vio en sueños
muerto por un león. Temiendo que el sueño se hiciese
real y resultase verídico, preparó una vivienda muy
hermosa y elevada, donde protegió a su hijo. Pintó
también la vivienda por gusto con animales de todo
tipo, entre ellos un león. El hijo, cuanto más lo veía,
más pena tenía. Y un día, situado cerca del león, dijo:
«¡Animal malísimo!, por ti y un sueño falso de mi
padre fui encerrado en una cárcel propia de mujeres,
¿qué voy a hacerte?». Y tras decir eso, echó la mano a
la pared para cegar al león. Se le metió bajo la uña una
espina, que le produjo un dolor agudo, y se le hinchó
hasta producirse una infección. Por eso le prendió una
fiebre y al poco murió. El león, aunque era una pintura,
le causó la muerte, sin que fuera útil para nada el ardid
del padre.
Que lo que le tenga que ocurrir a uno lo soporte con
valentía y no recurra a ardides, pues no lo evitará.

El niño y el cuervo

Una mujer consultó acerca de su propio hijo, que
era muy pequeño, a unos adivinos, y éstos predijeron
que lo mataría un cuervo. Por eso, asustada, preparó
una gran arca y en ella lo escondió, tratando de evitar
que un cuervo lo matara. Y continuamente la abría a
horas fijas y le proporcionaba los alimentos necesarios.
Y en cierta ocasión, la abrió y dejó levantada la tapa. Y
el niño descuidadamente asomó la cabeza. Así ocurrió
que la aldabilla del arca le cayó en la mollera y lo
mató.

El niño que cazaba saltamontes y el escorpión

Un niño cazaba saltamontes delante de un muro y
había cogido muchos. Cuando vio un escorpión,
pensando que era un saltamontes, ahuecó la mano e iba
a ponérsela encima. Y éste, levantando el aguijón, dijo:
«¡Ojalá hubieras hecho eso antes, para que también se
te hubieran escapado los saltamontes que cogiste!».
Esta fábula enseña que no se debe tratar por igual a
todos, los buenos y los malos.

El niño que comía entrañas

Unos pastores que sacrificaban una cabra en el
campo invitaron a los vecinos. Con ellos había
también una mujer pobre, con la que estaba su hijo. En
el transcurso del banquete, el niño, con la tripa
hinchada por la carne y sintiéndose mal, dijo: «Madre,
vomito mis entrañas». La madre le dijo: «No las tuyas,
hijo, sino las que te has comido».
Esta fábula es para un hombre con deudas, que,
habiendo tomado el dinero ajeno resueltamente,
cuando se le reclama, se enfada como si lo diera de lo
suyo.

La serpiente pisoteada y Zeus

Una serpiente, pisoteada por unos hombres, se
quejó a Zeus. Éste le dijo: «Si hubieras mordido al
primero que te pisoteó, el segundo no habría intentado
hacerlo».
La fábula muestra que los que se enfrentan a los
primeros que atacan se hacen temibles para los demás.

La serpiente y el cangrejo

Una serpiente y un cangrejo vivían en el mismo
sitio. Y el cangrejo se comportaba con la serpiente leal
y amistosamente. Ésta, en cambio, era pérfida y
malvada. Aunque el cangrejo continuamente la
animaba a obrar con rectitud con respecto a él y a
imitar su buena disposición, aquélla no le hacía caso.
Por eso, irritado, cuando observó que dormía la cogió
del cuello y la mató; y, al verla tiesa, dijo: «¡Eh tú!, no
debías ahora ser recta, cuando has muerto, sino cuando
te lo aconsejaba: y no estarías muerta».
Esta fábula naturalmente podría decirse contra
aquellos hombres que, siendo malvados con sus
amigos en vida, dejan sus buenas acciones para
después de su muerte.

La serpiente, la comadreja y los ratones

Una serpiente y una comadreja luchaban en una
casa. Los ratones, a los que perseguían ya la una, ya la
otra, cuando las vieron luchar salieron de paseo. Ellas,
al ver a los ratones, dejaron de luchar entre sí y se
volvieron contra aquéllos.
Así también en las ciudades los que se inmiscuyen
en las revueltas de los dirigentes populares, sin darse
cuenta se convierten en víctimas de unos y otros.

La cola y el cuerpo de la serpiente

En cierta ocasión, la cola de una serpiente pretendía
ir delante y avanzar la primera. El resto del cuerpo
decía: «¿Cómo me llevarás sin ojos y sin nariz, como
tienen el resto de los animales?». Pero no la convenció,
sino que incluso resultó vencida la sensatez. La cola
iba la primera y conducía, arrastrando, ciega todo el
cuerpo, hasta que, cayendo en una sima pedregosa, la
serpiente se hirió el espinazo y todo el cuerpo.
Moviéndose, la cola suplicaba a la cabeza: «Sálvanos
si quieres, señora, pues he sufrido la experiencia de
una mala disputa».
La fábula pone en evidencia a los hombres dolosos
y malos y que se oponen a sus amos.

La gallina que ponía huevos de oro

Un hombre tenía una hermosa gallina que ponía
huevos de oro. Pensando que dentro de ella había
cantidad de oro, la sacrificó y encontró que era igual
que las restantes gallinas. Esperando encontrar una
gran riqueza acumulada, quedó privado hasta de la
pequeña ganancia.
Que uno se baste con lo que tiene a su disposición y
evite la insaciabilidad.

La gallina y la golondrina

Una gallina que había encontrado unos huevos de
serpiente los empolló cuidadosamente y más tarde
abrió los cascarones. Una golondrina que la vio dijo:
«¡Necia!, ¿por qué crías eso que, si crece, comenzará
por ti, la primera, a hacer daño?».
Así, la maldad es indomable aunque se le presten
los mayores servicios.

El pajarero y la perdiz

Un pajarero, al presentársele un huésped bastante
tarde y no teniendo qué servirle, echó mano de una
perdiz doméstica e iba a sacrificarla. Ésta le acusó de
desagradecido, ya que, aunque le había sido muy útil al
llamar y entregarle a las de su misma especie, él estaba
dispuesto a matarla; él dijo: «Por eso con más razón te
voy a sacrificar, porque ni siquiera perdonas a las de tu
especie».
La fábula muestra que los que traicionan a los suyos
no sólo son odiados por los perjudicados, sino también
por aquellos a quienes su traición beneficia.

El pajarero y la cigüeña

Un pajarero que había extendido unas redes para
grullas, esperaba de lejos con impaciencia la caza.
Como se posara una cigüeña junto con las grullas,
echó a correr y también la capturó con aquéllas. Al
pedir ésta que la soltara y decir que ella era no sólo
inofensiva para los hombres, sino también muy útil,
pues cogía las serpientes y los demás reptiles y se los
comía, el pajarero respondió: «Aunque no eres
especialmente mala, al menos mereces castigo por
haberte posado con malvados».
Por lo tanto, también nosotros debernos evitar el
trato con los malvados, para que tampoco parezca que
participamos de su maldad.

El pajarero y la cogujada

Un pajarero colocó redes para pájaros. Una
cogujada que lo había visto de lejos le preguntó qué
hacía. Éste le dijo que construía una ciudad y a
continuación se retiró lejos y se ocultó; la cogujada,
creyendo en las palabras del hombre, se acercó y cayó
en la red. Cuando el pajarero se aproximaba corriendo,
aquélla dijo: «¡Eh tú!, si construyes una ciudad así, no
encontrarás a muchos que la habiten».
La fábula muestra que casas y ciudades se hallan
desiertas principalmente cuando los gobernantes son
severos.

El pajarero y las palomas silvestres y domésticas

Un pajarero extendió sus redes y en ellas ató unas
palomas domésticas, Luego se apostó lejos y esperó
con impaciencia el resultado. Cuando se les acercaron
unas silvestres y se enredaron en las redes, el pajarero
echó a correr e intentó cogerlas. Como éstas culparan a
las domésticas de que, siendo de la misma especie, no
les hubiesen advertido de la trampa, aquéllas,
respondiendo, dijeron: «Pero para nosotras es mejor
guardar a nuestros amos que agradar a nuestra
familia».
Así también, entre los criados no son censurables
cuantos, por amor a sus amos, faltan al afecto de sus
parientes.

El burro que fingía estar cojo y el lobo

Un burro que pastaba en un prado, cuando vio que
un lobo se precipitaba contra él, fingió estar cojo.
Acercándosele el lobo le preguntó por qué cojeaba; él
le dijo que al atravesar un seto había pisado una
espina, y le pidió que primero le quitase la espina y
luego lo devorase, para que no se le clavase al comer.
Cuando el lobo le hizo caso y le levantó la pata,
prestando toda su atención al casco, el burro de una
coz a la boca le saltó los dientes. Y el lobo, maltrecho,
dijo: «Es justo lo que me pasa, pues ¿por qué, si mi
padre me enseñó el oficio de carnicero, yo mismo he
cogido el de médico?».
Así también, los hombres que se dedican a cosas
que en nada les convienen es natural que resulten
desdichados.

El burro que comía cambrones y la zorra

Un burro comía la aguda cabellera de unos
cambrones.
Una zorra lo vio y, burlándose, dijo: «¿Cómo con
una lengua tan delicada y suave ablandas y comes una
comida dura?».
La fábula es para los que profieren con su lengua
palabras duras y peligrosas.

El burro que se pensaba que era un león

Un burro que se había puesto una piel de león era
considerado león por todos y causaba el pánico de
hombres y rebaños. Pero como al soplar el viento la
piel se le quitó y el burro quedó desnudo, entonces
todos se lanzaron contra él y lo golpearon con palos y
estacas.
Siendo pobre y un cualquiera, no imites a los más
ricos, no seas entonces objeto de burlas y corras
peligro. Pues lo extraño no es apropiado.

El burro y las cigarras

Un burro, al oír cantar a unas cigarras, se complació
con su grato son y, envidiándoles su buena voz, les
preguntó qué comían para tener tal voz. Como éstas
dijeran: «Rocío», el burro, aguardando al rocío, murió
de hambre.
Así también, los que desean algo en contra de la
naturaleza, además de no conseguirlo, sufren también
las mayores desgracias.

El burro y el arriero

Un burro conducido por un arriero se adelantó a su
dueño abandonando el camino y se dirigió a un
precipicio. Cuando estaba a punto de despeñarse, el
arriero, cogiéndole del rabo, intentaba hacerlo volver
atrás. Pero, al resistirse el burro con fuerza, lo soltó y
dijo: «Vence, pues mala victoria logras».
La fábula es oportuna para un hombre pendenciero.

El burro y el perro que caminaban juntos

Un burro y un perro caminaban juntos. Encontraron
en el suelo una carta sellada, el burro la recogió y, roto
el sello y desenrollada, la leyó de modo que el perro
pudiera oírle. La carta hablaba casualmente de
alimentos, es decir, de heno, cebada y paja. Así pues,
el perro se encontraba a disgusto mientras el burro leía
eso; y de aquí que le dijera al burro: «Lee un poco más
abajo, queridísimo, a ver si encuentras, en otro párrafo,
algo sobre carnes y huesos». El burro leyó la carta
entera y no encontró nada de lo que el perro buscaba, y
de nuevo el perro volvió a decir: «Tírala al suelo
porque, amigo, no resulta nada interesante».

El burro y el perrito o El perro y el amo

Un hombre que tenía un perro maltés y un burro
pasaba el tiempo jugando siempre con el perro. Y, si
en alguna ocasión comía fuera, le llevaba algo, y,
cuando se acercaba y movía el rabo, se lo echaba. El
burro, lleno de envidia, corrió hacia él y dando saltos
le dio una coz. Y él, irritado, ordenó que lo sacasen a
golpes y lo atasen al pesebre.
La fábula muestra que no todos han nacido para
todo.

El burro, el cuervo y el lobo

Un burro que tenía una herida en el lomo pacía en
un prado. Al posarse sobre él un cuervo le golpeó la
herida, entonces el burro al sentir dolor se encogió y
dio un brinco. El arriero que estaba alejado, sonrió; y
un lobo que pasaba cerca lo vio y se dijo así mismo:
«¡Desdichados de nosotros, que nos persiguen con sólo
vernos y, en cambio, cuando ésos se acercan, se ríen!».
La fábula muestra que los hombres que obran mal
se ponen en evidencia por su propio aspecto y a
primera vista.

El burro y el hortelano

Un burro que prestaba servicio a un hortelano,
puesto que comía poco y trabajaba mucho, pidió a
Zeus que lo librara del hortelano y lo vendiese a otro
amo. Zeus le atendió y le ordenó trabajar para un
alfarero. Y de nuevo lo llevaba mal y estaba más
afligido que antes, ya que cargaba la arcilla y las
vasijas. Así pues, de nuevo suplicó que le cambiara el
amo, y lo vendió a un curtidor. Pues bien, habiendo
ido a dar en un amo peor que los anteriores y viendo lo
que se hacía en su casa, dijo entre gemidos: «¡Ay de
mí desdichado!, mejor era para mí permanecer junto a
mis anteriores amos, pues éste, según veo, me sacará
hasta la piel».
La fábula muestra que los siervos anhelan más a los
anteriores amos cuando toman experiencia de los
posteriores.

El burro y la mula cargados por igual

Un burro y una mula caminaban juntos. Y en esto
que el burro, viendo que ambos tenían cargas iguales,
se molestaba y se quejaba de que la mula, a la que se
consideraba merecedora de doble cantidad de comida,
no llevara una carga mayor. Pero, cuando habían
avanzado un poco en su camino, el arriero, al ver que
el burro no podía aguantar, le quitó parte de la carga y
la colocó sobre la mula. Un poco más adelante, viendo
el arriero que el burro estaba aún más cansado, de
nuevo le cambió parte de su carga, hasta que
quitándosela toda se la puso encima a la mula. Y
entonces ésta miró al burro y le dijo: «¡Eh tú!, ¿acaso
no te parece que con razón merezco el doble de
comida?».
Así pues, también conviene que nosotros
juzguemos la disposición de cada uno no desde el
principio, sino desde el final.

El burro y las ranas

Un burro atravesaba una charca llevando una carga
de leña. Se cayó por haber resbalado y no pudo
levantarse, por lo que se lamentaba y gemía. Al oírle
las ranas de la charca quejarse, dijeron: «¡Eh tú!, ¿y
qué habrías hecho si llevaras aquí tanto tiempo como
nosotras, cuando, habiéndote caído hace un momento,
te lamentas así?».
Uno podría servirse de esta fábula contra un hombre
indolente que se aflige con los trabajos más insignificantes
y él mismo se conforma fácilmente con los más
grandes.

El burro, la zorra y el león

Un burro y una zorra, después de establecer una
sociedad entre sí, salieron de caza. Un león los
encontró y la zorra, viendo que amenazaba peligro, se
acercó al león y le prometió entregarle el burro si le
garantizaba su seguridad. Al decirle el león que
quedaría libre, la zorra llevó al burro a una trampa y le
hizo caer en ella. Y el león, al ver que éste no podía
huir, en primer lugar atrapó a la zorra y así luego se
volvió contra el burro.
Así, los que maquinan contra sus socios muchas
veces, sin darse cuenta, también se pierden a sí
mismos.

El burro, el gallo y el león

En cierta ocasión un gallo comía juntamente con un
burro. Al acercarse un león al burro, el gallo gritó; y el
león —pues dicen que éste teme la voz del gallo— se
puso a huir. El burro, creyendo que huía por él, echó a
correr en pos del león. Lo persiguió un buen trecho
hasta donde ya no llegaba la voz del gallo, y el león se
volvió y lo devoró. Éste, mientras moría, gritó:
«¡Desdichado de mí e insensato!, pues no siendo de
padres luchadores ¿qué me impulsó a luchar?».
La fábula muestra que muchos hombres a propósito
se enfrentan a los enemigos cuando están en
condiciones de inferioridad y así mueren a manos de
aquéllos.

El burro que consideraba dichoso al caballo

Un burro consideraba dichoso a un caballo porque
era alimentado generosa y cuidadosamente, en tanto
que él mismo no tenía siquiera paja suficiente, y era
muy desgraciado. Al estallar la guerra, el soldado
armado montó al caballo, llevándolo a todas partes, e
incluso lo condujo por entre las filas enemigas. Y el
caballo resultó herido. El burro, al verlo, cambiando de
opinión compadeció al caballo.
La fábula muestra que no se debe envidiar a los que
mandan y a los ricos, sino amar la pobreza,
considerando qué se envidia en aquéllos y sus riesgos.

El burro revestido con piel de león y la zorra

Un burro revestido con la piel de un león iba de un
lado a otro asustando a los animales. Y en esto que, al
ver a una zorra, intentó también atemorizarla. Ésta —
pues casualmente le había oído antes rebuznar— dijo
al burro: «Sabe bien que también yo me habría
asustado de ti, si no te hubiera oído ahuecarte».
Así, algunos ignorantes que parecen ser alguien por
los humos que se dan se ponen en evidencia por su
prurito de hablar.

El burro que cargaba con una imagen

Un hombre que había cargado a un burro con una
imagen lo llevaba a la ciudad. La gente con que se
encontraba se arrodillaba a adorar la imagen y el burro
interpretó que lo adoraban a él, por lo que rebuznaba
orgulloso y ya no quería seguir adelante. Y el arriero,
dándose cuenta de lo que ocurría, mientras le pegaba
con la vara, le dijo: «¡Qué mala cabeza, sólo faltaba
que los hombres se arrodillasen a adorar a un burro!».
La fábula muestra que los que se ufanan con los
bienes ajenos se exponen a la risa de los que los
conocen.

El burro que transportaba sal

Un burro atravesaba un río cargado de sal. Resbaló
y al caerse al agua se disolvió la sal, por lo que se
levantó más ligero. Complacido por ello, cuando en
otra ocasión llegó cargado de esponjas a un río, pensó
que, si de nuevo se caía, se levantaría más ligero y así
resbaló voluntariamente. Pero le ocurrió que, al no
poder levantarse porque las esponjas habían absorbido
el agua, se ahogó allí.
Así también, algunos hombres, sin darse cuenta, se
meten en desgracias por sus propios designios.

El asno salvaje y el burro doméstico

Un asno salvaje, al ver un burro doméstico en un
lugar soleado, se le acercó y le felicitaba por el vigor
de su cuerpo y por el buen provecho de su comida.
Pero, más tarde, al verlo cargado y al arriero que iba
detrás pegándole con un palo, dijo: «No te considero
feliz, pues veo que tienes abundancia, no sin grandes
males».
Así, no son envidiables las ganancias que se logran
con peligros y desgracias.

El que compró un burro

Un hombre que iba a comprar un burro se lo llevó a
prueba y lo puso en el establo, metiéndolo entre los
suyos. El burro se puso junto al más perezoso y voraz,
apartándose de los demás. Y, como no hacía nada, el
hombre lo ató, se lo llevó y se lo devolvió a su dueño.
Cuando éste le preguntó si le había hecho una prueba
conveniente, le respondió diciendo: «No necesito más
pruebas, pues sé que es como el que de entre todos
eligió por compañero».
La fábula muestra que se supone que uno es igual
que los amigos con los que se siente a gusto.

Los burros ante Zeus

En cierta ocasión, unos burros, contrariados y
fatigados por llevar continuamente pesadas cargas,
enviaron emisarios a Zeus pidiéndole cierta liberación
de sus trabajos. Éste quiso hacerles ver que eso era
imposible y les dijo que se liberarían de sus
sufrimientos si al mear hacían un río. Y aquéllos lo
tomaron en serio, y desde entonces hasta el día de la
fecha, donde ven una meada de otros, allí se paran
también ellos y mean.
La fábula muestra que lo que el destino ha asignado
a cada uno es irremediable.

El caminante y la Fortuna

Un caminante que ya llevaba un largo trecho,
rendido por la fatiga, se echó a dormir tumbado junto a
un pozo. Estaba ya casi a punto de caerse y la Fortuna
se le apareció, lo despertó y le dijo: «¡Eh tú!, si te
hubieras caído no culparías a tu propia insensatez, sino
a mí».
Así, muchos hombres, cuando son desafortunados
por sí mismos, culpan a los dioses.

El caminante y Hermes

Un caminante que recorría un largo camino
prometió, si encontraba algo, darle a Hermes la mitad
de ello. Al hallar una alforja en la que había almendras
y dátiles, la cogió pensando que había dinero. La
sacudió, vio lo que había dentro, se lo comió y,
cogiendo las cáscaras de las almendras y los huesos de
los dátiles, los puso sobre un altar diciendo: «Recibe,
Hermes, la promesa, pues te he dejado lo de dentro y
lo de fuera de lo que encontré».
La fábula es oportuna para un avaro que, por
ambición, trata de engañar con argucias incluso a los
dioses.

El caminante y la Verdad

Caminaba un hombre por un desierto y encontró a
una mujer sola, muy afligida, y le dijo: «¿Quién
eres?». Ella contestó: «La Verdad». «¿Y por qué has
dejado la ciudad y vives en el desierto?». Ella dijo:
«Porque la mentira en tiempos antiguos vivía sólo con
unos pocos; ahora está con todos los hombres, si es
que quieres estar enterado».
La vida es muy mala y difícil para los hombres
cuando la mentira prevalece sobre la verdad.

Los caminantes y el matojo

Unos caminantes que iban por la costa llegaron a un
mirador y, al ver desde allí un matojo flotando a lo
lejos, pensaron que era una gran nave. Por ello
aguardaban a que fuese a fondear. Cuando el matojo,
llevado por el viento, estuvo más cerca, ya no les
parecía ver una nave, sino una barca. Pero, al
comprobar que se trataba de un matojo, le dijo uno al
otro: «En vano esperábamos nosotros lo que no era
nada».
La fábula muestra que algunos hombres que a
primera vista parecen ser terribles, cuando llegan a la
prueba, se muestran dignos de nada.

Los caminantes y el plátano

Un verano, hacia el mediodía, unos caminantes,
agotados por el calor, vieron un plátano, se acercaron a
él y se echaron a descansar tumbados a su sombra.
Levantando la vista hacia el plátano le decía el uno al
otro que ese árbol infructuoso no era muy útil para los
hombres. Y el plátano, respondiendo, dijo:
«Desagradecidos, aún estáis gozando de un beneficio
procedente de mí y me llamáis inútil e infructuoso».
Así también algunos hombres son tan
desagradecidos que se muestran incapaces de
reconocer el beneficio que otros les proporcionan.

Los caminantes y el hacha

Dos hombres caminaban juntos. Habiendo
encontrado uno un hacha, el otro le dijo: «La hemos
encontrado». El primero le corrigió: «No debes decir
"la hemos encontrado", sino "la has encontrado"». Al
cabo de un rato, al acercárseles los que habían perdido
el hacha acusaron al que la tenía en su poder. Y dijo
éste a su acompañante: «Estamos perdidos». Entonces
el amigo replicó: «No digas estamos perdidos, sino
estoy perdido, pues cuando encontraste el hacha
tampoco la compartiste conmigo».
La fábula muestra que los que no comparten los
sucesos afortunados, tampoco en las desgracias son
leales.

Los caminantes y el cuervo

Un cuervo mutilado de uno de sus ojos salió al
encuentro de unos que iban de viaje de negocios. Ellos
se volvieron y uno era partidario de retroceder, pues
eso señalaba el presagio; el otro, respondiendo, dijo:
«Y cómo nos puede predecir el porvenir éste que ni
previó su propia mutilación para evitarla?».
Así también, los hombres que se despreocupan de
sus propios asuntos también están desacreditados para
dar consejos al prójimo.

Los caminantes y la osa

Dos amigos caminaban juntos. Apareciéndoseles
una osa, uno subió apresuradamente a un árbol y allí se
ocultó; el otro, a punto de ser atrapado, se echó al
suelo y se hizo el muerto. Cuando la osa le acercó el
hocico y husmeó a su alrededor, él contuvo la
respiración, pues dicen que este animal no toca a un
muerto. Al retirarse la osa, el otro bajó del árbol y le
preguntó qué le había dicho la osa al oído. Éste dijo:
«Que no camine de ahora en adelante en compañía de
amigos que no permanecen al lado en los peligros».
La fábula muestra que las desgracias prueban los
auténticos amigos.

El leñador y Hermes

Un hombre que cortaba leña junto a un río perdió su
hacha. Así pues, sin saber qué hacer, se quejaba
sentado a la orilla. Hermes, comprendiendo el motivo
y compadecido del hombre, se sumergió en el río, sacó
un hacha de oro y le preguntó si era ésa la que había
perdido. Como aquél dijera que no, Hermes bajó de
nuevo y sacó una de plata. Al decir él que tampoco era
la suya, bajó por tercera vez y sacó la suya. Cuando
dijo él que ésa sí era la que había perdido, Hermes,
acogiendo con agrado su honradez, le regaló las tres.
El leñador volvió junto a sus compañeros y les contó
lo sucedido. Y uno de ellos quiso que le ocurriera lo
mismo; se fue al río y luego de dejar caer adrede su
hacha a la corriente, se sentó llorando. Pues bien,
Hermes se le apareció también y comprendiendo el
motivo del llanto, se sumergió igualmente, sacó un
hacha de oro y le preguntó si ésa era la que había
perdido. Él dijo con agrado: «Sí, sin duda, ésta es». Y
el dios, aborreciendo tal desvergüenza, no sólo se
quedó con aquélla, sino que tampoco le devolvió la
suya.
La fábula muestra que la divinidad se opone a los
injustos tanto como ayuda a los justos.

Los árboles y el olivo

En cierta ocasión los árboles vinieron a elegir un
rey para ellos y optaron por el olivo: «Reina sobre
nosotros». Y el olivo les dijo: «¿Voy a ir a mandar
sobre los árboles dejando mi aceite que el dios y los
hombres estiman en mí?». Y los árboles dijeron a la
higuera: «Aquí, reina sobre nosotros». Y dijo la propia
higuera: «¿Me voy a poner en camino para reinar sobre
los árboles dejando mi dulzor y mi buen fruto?». Y
dijeron los árboles al espino: «Aquí, reina sobre
nosotros». Y el espino dijo a los árboles: «Si en verdad
vosotros me ungís como rey vuestro, vamos, poneos
bajo mi protección; y si no, que salga fuego del espino
y devore a los cedros del Líbano»

El murciélago y las comadrejas

Un murciélago que había caído al suelo fue
capturado por una comadreja y, cuando ésta le iba a
matar, le suplicó por su salvación. Al decirle la
comadreja que no podía liberarle, pues por naturaleza
combatía a todos los voladores, él le dijo que no era un
pájaro, sino un ratón, y así le dejó libre. Más tarde
cayó de nuevo al suelo y lo cogió otra comadreja, a la
que también pidió que no lo devorara. Como ésta
dijese que odiaba a todos los ratones, él repuso que no
era ratón, sino murciélago, y de nuevo fue liberado. Y
así ocurrió que, por cambiar dos veces de nombre,
logró su salvación.
La fábula muestra que tampoco nosotros debemos
permanecer siempre en lo mismo, pensando que los
que se acomodan a las circunstancias muchas veces
evitan los peligros.

El murciélago, la zarza y la gaviota

Un murciélago, una zarza y una gaviota, hicieron
una sociedad y decidieron dedicarse al comercio. Así
pues, el murciélago tomó dinero a préstamo y lo
depositó en el fondo común; la zarza puso sus ropas y,
en tercer lugar, la gaviota cierta cantidad de bronce. Y
embarcaron. Pero, cuando se desencadenó una violenta
tempestad y la nave zozobró, ellos llegaron salvos a
tierra, aunque lo perdieron todo. Por eso, desde
entonces la gaviota siempre está al acecho en las
costas, no sea que el mar arroje el bronce; el murciélago,
por temor a los prestamistas, no aparece de día
y sale a comer por la noche; y la zarza se agarra a las
vestiduras de los que se le acercan, por si logra
reconocer las suyas.
La fábula muestra que hasta el final nos preocupa
aquello por lo que nos interesamos.

El enfermo y el médico

Un enfermo al que el médico le preguntó cómo se
encontraba le dijo que sudaba más de lo normal. El
médico sentenció: «Eso es bueno». Al preguntarle por
segunda vez cómo estaba, dijo que, aquejado por los
escalofríos, estaba destrozado. El médico sentenció:
«También eso es bueno». Cuando le visitó por tercera
vez y le preguntó sobre su enfermedad, dijo que tenía
diarrea. Y aquél, después de sentenciar «también eso
es bueno», se marchó. Cuando fue a visitarlo uno de
sus familiares y le preguntó cómo estaba, le dijo: «Me
muero de lo bien que estoy».
Así, muchos hombres son considerados felices por
el prójimo a causa de su apariencia externa en lo que
ellos mismos se encuentran peor.

El joven pródigo y la golondrina

Un joven pródigo al que, por haberse comido el
patrimonio, sólo le quedaba el manto, al ver una
golondrina que había venido algo prematuramente,
pensó que ya era verano y que no iba a necesitar el
manto, así que lo cogió y también lo vendió. Más tarde
volvió el mal tiempo y el frío; y cuando, mientras
paseaba, vio a la golondrina muerta de frío, le dijo:
«Me has perdido a mí y también a ti».
La fábula muestra que todo lo que se hace
inoportunamente resulta arriesgado.

El cervatillo y el ciervo

En cierta ocasión un cervatillo dijo al ciervo:
«Padre, eres más grande y más rápido que los perros y
además llevas cuernos enormes para tu defensa. ¿Por
qué, entonces, los temes tanto?» Y aquél, sonriendo,
dijo: «Eso que dices es verdad, hijo; pero sé una cosa,
que, cuando escucho el ladrido de un perro, al
momento, no sé cómo, me doy a la fuga».
La fábula muestra que ningún consejo fortalece a
los cobardes por naturaleza.

Los muchachos y el carnicero

Dos muchachos fueron juntos a comprar carne. Y
en esto que, mientras el carnicero estaba ocupado, uno
cogió unos despojos y los metió en el pliegue del
vestido del otro. Al volverse el carnicero y advertir el
hurto, les echó la culpa, pero el que los había cogido
juraba que no los tenía y el que los tenía que no los
había cogido. Y el carnicero, dándose cuenta de su
argucia, dijo: «Aunque me lo ocultéis a mí jurando en
falso, a los dioses no os ocultaréis».
La fábula muestra que la impiedad del juramento en
falso es la misma, aunque se disfrace con falsos argumentos.

El náufrago y el mar

Un náufrago, arrojado a la costa, se quedó dormido
de cansancio. Pero cuando, ya recuperado, volvió sus
ojos al mar, le reprochaba que, al seducir a los
hombres con la mansedumbre de su aspecto, éstos se
adentraban en él y que luego él se encrespaba y
acababa con aquéllos. El mar, semejante a una mujer,
le dijo: «Pero, ¡hombre!, no me lo reproches a mí, sino
a los vientos; pues yo por naturaleza soy tal como me
ves ahora también, pero éstos me atacan de improviso,
me encrespan y me exasperan».
Tampoco debemos nosotros culpar de las afrentas a
los que las hacen cuando están sometidos, sino a los
que gobiernan.

El ratón y la rana

Un ratón de tierra se hizo amigo de una rana, para
su desgracia. La rana, con mala intención, ató la pata
del ratón a la suya. Y, en primer lugar, fueron por
tierra para comer trigo; y luego, cuando se acercaron a
la orilla del estanque, la rana arrastró al ratón al fondo,
regocijándose ella en el agua y gritando su cro, cro,
cro. El desgraciado ratón, hinchado por el agua, murió;
y flotaba atado a la pata de la rana. Lo vio un milano y
lo cogió con sus garras. La rana, encadenada, le seguía
y también ella sirvió de comida al milano.
Aunque alguien esté muerto, tiene fuerza para la
venganza; pues la justicia divina cuida todo y
devuélvelo mismo en compensación.

El ratón de campo y el de ciudad

Un ratón de campo era amigo de otro que vivía en
una casa. El de la casa, invitado por su amigo, fue
primero a cenar al campo. Después de haber comido
cebada y trigo, dijo: «Reconócelo, amigo, llevas la
vida de las hormigas, pero, ya que yo tengo multitud
de bienes, ven conmigo y disfrutarás de todo». Y, al
instante, los dos se fueron. Y el de la casa le mostró
legumbres y trigo, y además dátiles, queso, miel,
frutos. Aquél a su vez, admirándole, lo elogiaba
vehementemente y maldecía su propia suerte. Cuando
se disponían a empezar a comer, de repente un hombre
abrió la puerta. Atemorizados por el ruido, los ratones
se lanzaron a los agujeros. Cuando quisieron de nuevo
coger unos higos secos, llegó otro hombre para retirar
algo de lo que había dentro. Al verlo los ratones, de
nuevo se precipitaron a ocultarse en un escondrijo. El
ratón de campo, sobreponiéndose al hambre, suspiró y
dijo al otro: «Disfruta tú, amigo, con tu comida hasta
que te hartes, gozándolo con placer y peligro y mucho
miedo; yo, desdichado, viviré despreocupadamente sin
temer a nadie, comiendo cebada y trigo».
La fábula muestra que pasar la vida con sencillez y
vivir con tranquilidad está por encima de una vida
regalada con miedo y con dolor.

La hormiga y la paloma

Una hormiga que, sedienta, había bajado a un
manantial, arrastrada por la corriente, estaba a punto
de ahogarse. Una paloma, al verla, cogió una rama de
un árbol y la arrojó al manantial. La hormiga se subió
encima de ella y se salvó. Más tarde un pajarero, tras
haber ajustado las cañas, capturó la paloma. Cuando la
hormiga lo vio, mordió el pie del pajarero. Éste, al
sentir dolor, dejó caer las cañas e hizo que la paloma al
momento huyera.
La fábula muestra que se debe corresponder con
agradecimiento a los benefactores.

La hormiga y el escarabajo

En verano, una hormiga que iba por el campo
recogiendo granos de trigo y cebada los guardaba
como comida para el invierno. Al verla un escarabajo
se asombró de que fuera tan laboriosa, pues se afanaba
precisamente en la época en que los demás animales se
dan a la indolencia, apartados de los trabajos. Ella
entonces se calló; pero más tarde, cuando llegó el
invierno, disuelto el estiércol por la lluvia, el
escarabajo fue a ella hambriento a pedirle una parte de
su comida. La hormiga le dijo: «Escarabajo, si
hubieses trabajado cuando yo me esforzaba y me lo reprochabas,
ahora no estarías falto de comida».
Así, los que no prevén el futuro en tiempos de
abundancia son muy infortunados al cambiar la
situación.

La hormiga

La hormiga actual fue antiguamente un hombre; y,
dedicado a la agricultura, no le bastaba con sus propios
trabajos, sino que, mirando también con envidia los
ajenos, se pasaba la vida robando los frutos de sus
vecinos. Zeus, irritado por su ambición, lo transformó
en ese animal que se llama hormiga. Pero, aunque
cambió la forma, no modificó sus inclinaciones; pues
hasta ahora, yendo de un lado a otro por los campos,
recoge el trigo y la cebada de otros y los atesora para sí
misma.
La fábula muestra que los malvados por naturaleza,
aunque se los castigue sobremanera no cambian su
modo de ser.

Las moscas

Unas moscas revoltosas se comían la miel
derramada en una despensa, y por el dulzor del manjar
no se marchaban. Al no poder echar a volar por
habérseles pegado las patas, y medio ahogadas,
dijeron: «¡Desdichadas de nosotras que perecemos por
un corto placer!».
Así, para muchos la glotonería es causa de
múltiples males.

La mosca

Una mosca había caído en una olla de carne, y a
punto de ahogarse en el caldo se dijo a sí misma: «He
comido, he bebido y me he bañado; aunque muera, no
me importa en absoluto».
La fábula muestra que los hombres soportan la
muerte con facilidad cuando les viene sin
padecimiento.

Los ratones y las comadrejas

Ratones y comadrejas estaban en guerra. Los
ratones, siempre vencidos, se reunieron para tratar de
ello y supusieron que les pasaba eso por su anarquía;
de donde escogieron a algunos de ellos y los
nombraron generales. Y éstos, como querían mostrarse
más relevantes que los demás, se hicieron unos
cuernos y se los ataron a sí mismos. Entablado el
combate, ocurrió que los ratones resultaron
nuevamente vencidos. Todos los demás, en efecto, se
refugiaron en sus agujeros y se introdujeron en ellos
con facilidad; pero los generales, al no poder entrar a
causa de los cuernos, fueron capturados y devorados.
Así, para muchos la vanagloria se hace causa de
males.

Los sacerdotes mendicantes

Unos sacerdotes mendicantes que tenían un burro
solían llevarlo en sus caminatas cargado con sus
bagajes. Y he aquí que un día, muerto el burro de
cansancio, lo desollaron y se hicieron atabales con su
piel. Al encontrarse con ellos otros mendicantes, y
preguntarles dónde estaba el burro, dijeron que había
muerto, pero que ahora recibía más golpes que los que
nunca había soportado en vida.
Así también, algunos criados, aun cuando salen de
la esclavitud, no se liberan de los trabajos serviles.

El apicultor

Un ladrón entró en casa de un apicultor mientras
éste estaba ausente y le sustrajo la miel y los panales.
Al regresar y ver vacías las colmenas, se detuvo a
examinarlas. Las abejas, que volvían de libar, al
sorprenderlo, lo golpearon con sus aguijones y lo
maltrataron de un modo terrible. Y aquél les dijo:
«Malditos bichos, dejasteis ir indemne al que os robó
los panales y a mí, que cuido de vosotras, me golpeáis
terriblemente».
Así, algunos hombres que no se guardan de sus
enemigos por desconocimiento, a los amigos los
expulsan por insidiosos.

Las abejas y Zeus

Unas abejas que, por envidia, habían negado a los
hombres su miel, llegaron ante Zeus y le pidieron que
les proporcionase fuerza para golpear con sus
aguijones a los que robaban sus panales. Y Zeus,
irritado con ellas por su envidia, dispuso que, cuando
golpeasen a uno y le dejasen clavado el aguijón,
también murieran ellas.
Esta fábula podría ajustarse a hombres envidiosos
que aceptan incluso sufrir un daño ellos mismos.

El adivino

Un adivino se ganaba su pan instalado en la plaza.
Se le acercó uno y le comunicó que su casa estaba con
las puertas abiertas y que se habían llevado todo lo de
dentro. Se levantó de un salto y lamentándose fue a la
carrera para ver lo sucedido. Uno de los que se
encontraban cerca, al verlo, dijo: «¡Eh tú!, ¿tú que
pregonabas que preveías los asuntos ajenos, cómo no
predijiste los propios?».
Uno se podría servir de esta fábula contra quienes
administran su propia vida de modo descuidado e
intentan cuidar de lo que en absoluto les importa.

La lámpara

Una lámpara borracha de aceite, mientras lucía, se
jactaba de que brillaba más que el sol. Pero silbó una
ráfaga de viento y al momento se apagó. Al encenderla
alguien por segunda vez, le dijo: «Luce, lámpara, y
calla; el resplandor de los astros nunca desaparece».
No debe cegarse uno con la fama y los honores de
la vida, pues todo lo que adquiera es ajeno.

El lobo herido y la oveja

Un lobo mordido y maltratado por unos perros
yacía herido, sin poderse procurar comida; al ver a una
oveja le pidió que le llevara agua del río que fluía allí
cerca: «Si me das de beber, yo encontraré comida por
mí mismo». La oveja, respondiendo, dijo: «Si yo te
doy de beber, tú me utilizarás como comida».
La fábula es oportuna para un malhechor que
acecha con hipocresía.

El lobo harto y la oveja

Un lobo harto de comida, al ver una oveja echada
en el suelo y dándose cuenta de que se había
desplomado de pánico ante su proximidad, se le acercó
y le daba ánimos diciendo que si le contaba tres
verdades la dejaría escapar. La oveja dijo en primer
lugar que le habría gustado no encontrarse con él;
luego que, como esto ya era imposible, verlo ciego; y
en tercer lugar: «¡Ojalá todos los lobos malos
perezcáis de mala manera, porque, sin haber sufrido
mal alguno de nosotras, nos hacéis la guerra
malamente!». Y el lobo reconoció la sinceridad de sus
palabras y la dejó ir.
La fábula muestra que muchas veces la verdad tiene
fuerza incluso con los enemigos.

El lobo y el pastor

Un lobo seguía a un rebaño de ovejas sin hacerles
ningún daño. El pastor al principio se guardaba de él
como de un enemigo y con temor lo vigilaba. Pero
corno aquél jamás intentó coger una presa, sino que se
limitaba a acompañar al rebaño, el pastor pensó que
más que un asesino era un guardián. Así que, cuando
un día tuvo necesidad de acercarse a la ciudad, se
marchó, dejando las ovejas con él. El lobo comprendió
que había llegado su oportunidad, se lanzó sobre las
ovejas y despedazó a la mayoría. El pastor, al volver y
ver el rebaño destrozado, dijo: «Es justo lo que me ha
pasado, pues ¿por qué confié las ovejas a un lobo?».
Así también, los hombres que entregan su dinero en
manos de los avaros naturalmente son despojados.

El lobo y el burro

Un lobo que se había puesto al mando de los
restantes lobos impuso a todos unas leyes, para que lo
que cazase cada uno lo llevase al común y que todos
tuvieran su parte y no devorarse entre sí por estar
faltos. Se acercó un burro sacudiendo la crin y dijo:
«Hermosa idea de la mente de un lobo, pero ¿cómo es
que tú has depositado en tu cubil la caza de ayer?
Llévala al centro y repártela». El lobo, puesto en
evidencia, derogó sus leyes.
Los que parecen establecer las leyes justamente no
perseveran fieles en lo que establecen y determinan.

El lobo y el león

En cierta ocasión, un lobo que había atrapado una
oveja de un rebaño, la llevaba a su cubil. Un león se
encontró con él y le quitó la oveja. El lobo, desde
lejos, dijo: «Me has quitado lo mío injustamente». El
león, sonriendo, dijo: «¿Es que te lo ha dado un amigo
con justicia?».
La fábula evidencia a los bandidos rapaces y
ambiciosos que se encuentran en una desgracia y se lo
reprochan unos a otros.

El lobo y el perro

Un lobo, al ver a un perro muy grande atado con
una cadena, le preguntó: «¿Quién te ha atado y te ha
criado así?». Éste dijo: «Un cazador. Pero que no le
pase lo mismo a mi amigo el lobo, pues el verdadero
peso de la cadena es tener que pasar mucha hambre».
La fábula muestra que en las desgracias ni siquiera
se llena la tripa.

El lobo y el caballo

Un lobo que caminaba por un campo encontró un
montón de cebada; como no podía utilizarla de
comida, la dejó y se fue. Pero se topó con un caballo y
le condujo al campo, diciéndole que, aunque había
encontrado cebada, no se la había comido, sino que se
la había guardado a él porque también le gustaba
escuchar el ruido de sus dientes. Y el caballo,
respondiendo, dijo: «Pero ¡venga ya!, si los lobos
pudieran comer cebada, nunca habrías preferido tus
oídos a tu tripa».
La fábula muestra que los malvados por naturaleza,
aunque pregonen su bondad, no son creídos.

El lobo y la garza

Un lobo que se había atragantado con un hueso iba
de un lado a otro buscando a quien lo curara. Al
encontrarse con una garza, le pidió que le sacase el
hueso a cambio de una retribución. Y aquélla metió su
propia cabeza en la garganta del lobo, sacó el hueso y
le reclamó la paga acordada. Él, respondiendo, dijo:
«¡Eh tú!, ¿no te contentas con haber sacado sana tu
cabeza de la boca del lobo, sino que también pides
paga?».
La fábula muestra que la mayor recompensa por
una buena acción a los malvados es que ellos no te
hagan daño.

El lobo y la vieja

Un lobo hambriento iba de un lado a otro en busca
de comida. Llegado a cierto lugar oyó llorar a un niño
chiquitín y a una vieja que le decía: «Deja de llorar; si
no, en este momento te entregaré al lobo». El lobo,
pensando que la vieja decía la verdad, se detuvo y
esperó un buen rato. Al caer la tarde oyó de nuevo a la
vieja que hacía mimos al pequeño y le decía: «Si viene
aquí el lobo, niño, lo mataremos». Cuando el lobo oyó
eso, se fue diciendo: «En esta casa dicen unas cosas
pero hacen otras».
La fábula es para los hombres que no tienen las
obras iguales a las palabras.

El lobo y el corderillo que se refugió en un templo

Un lobo perseguía a un corderillo, y éste se refugió
en un templo. Al llamarle el lobo y decirle que el
sacerdote lo iba a sacrificar en honor al dios, si lo
cogía, aquél dijo: «Para mí es preferible ser víctima de
un dios que morir a tus manos».
La fábula muestra que para quienes el morir está
próximo es mejor la muerte con gloria.

El lobo y el cordero

Un lobo que vio a un cordero beber en un río quiso
devorarlo con un pretexto razonable. Por eso, aunque
el lobo estaba situado río arriba, le acusó de haber
removido el agua y no dejarle beber. El cordero le dijo
que bebía con la punta del hocico y que además no era
posible, estando él río abajo, remover el agua de
arriba; mas el lobo, al fracasar en ese pretexto, dijo:
«El año pasado injuriaste a mi padre». Sin embargo, el
cordero dijo que ni siquiera tenía un año de vida, a lo
que el lobo replicó: «Aunque tengas abundantes
justificaciones, no voy a dejar de devorarte».
La fábula muestra que no tiene fuerza una defensa
justa con quienes tienen la voluntad de hacer daño.

El lobo y la cabra

Un lobo vio a una cabra pacer junto a una cueva
abrupta, pero como no podía llegar adonde ella estaba
le aconsejó que bajara, no fuera a caer sin darse
cuenta. Afirmaba que el prado donde él estaba era
mejor, y su hierba muy abundante. La cabra le
respondió: «No me llamas para pastar, sino que tú
mismo careces de comida».
Así también, los malhechores, cuando obran mal
ante quienes los conocen, son infructuosos en sus
artimañas.

El lobo orgulloso de su sombra y el león

En cierta ocasión un lobo vagaba por lugares
desérticos y, declinando ya Hiperión hacia su ocaso, al
ver su propia sombra alargada, dijo: «¿Cómo temo yo
al león cuando soy de tal tamaño?, ¿teniendo un pletro
de largo, no voy a ser sencillamente soberano de todas
las fieras juntas?». Un león más fuerte atrapó al
orgulloso lobo y se dispuso a devorarlo, mientras éste
gritaba arrepentido: «La presunción es responsable de
nuestras desgracias».

Los lobos, las ovejas y el carnero

Unos lobos enviaron emisarios a las ovejas para
hacer una paz duradera con ellas, si cogían a los perros
y los mataban. Las ovejas, insensatas, aceptaron
hacerlo. Pero un anciano carnero dijo: «¿Cómo voy a
confiar y convivir con vosotras, cuando aun
guardándome los perros, no me es posible pastar sin
peligros?».
No debe uno despojarse de su propia seguridad
confiando por un juramento en sus enemigos
irreconciliables.

Los lobos y las ovejas

Unos lobos que acechaban un rebaño de ovejas,
pero que no podían hacerse con ellas por los perros
que las guardaban, comprendieron que habían de
hacerlo por medio de un engaño. Enviaron al rebaño
unos emisarios para reclamar que les entregaran los
perros, diciendo que éstos eran los culpables de su
enemistad y que, si se los entregaban, habría paz entre
ellos. Las ovejas se los entregaron sin prever lo que
ocurriría, y los lobos, ahora ya sin los perros, mataron
impunemente a las ovejas desprotegidas.
Así también, las ciudades que traicionan fácilmente
a sus dirigentes, sin darse cuenta, pronto se ven
sometidas también ellas a sus enemigos.

Los lobos y los perros reconciliados

Los lobos dijeron a los perros: «¿Por qué, siendo
iguales a nosotros en todo, no nos consideráis como
hermanos? Pues en nada nos diferenciamos de
vosotros, excepto en las inclinaciones. Y nosotros
vivimos con libertad; vosotros, en cambio, sometidos a
los hombres y sirviéndoles, soportáis sus golpes,
lleváis puesto un collar y guardáis sus rebaños; pero
cuando comen sólo os echan los huesos. Si nos hacéis
caso, dadnos todos los rebaños y tendremos todo
común, comiendo hasta la saciedad». Pues bien, los
perros consintieron en eso y los lobos entraron en los
corrales y mataron primero a los perros.
Los que traicionan a su patria reciben tales pagas.

Los lobos y los perros que combatían entre sí

En cierta ocasión lobos y perros libraban una
contienda. Un perro griego fue elegido general de su
bando. Éste demoraba entrar en combate mientras los
lobos amenazaban con violencia. Él les dijo: «¿Sabéis
por qué lo retraso? Siempre hay que deliberar
previamente. Pues la raza y la piel de los lobos es sólo
una y la misma. Las nuestras son muy variadas y todos
se ufanan de ser de países distintos. Ni siquiera la piel
de todos es única e igual, sino que unos son negros,
otros rojizos, otros blancos y cenicientos. Y ¿cómo
podría mandar a la lucha a seres discordes y que no
tienen todo igual?».
Cuando los ejércitos están en una sola voluntad y
criterio consiguen la victoria contra los enemigos.

El bandido y la morera

Un bandido mató a un caminante y, cuando los
vecinos se pusieron a perseguirlo, lo abandonó
desangrado y huyó. Al preguntarle unos que
caminaban en sentido contrario por qué tenía las
manos manchadas, les dijo que acababa de bajar de
una morera. Y en tanto que así decía, llegaron los que
lo perseguían, lo cogieron y lo colgaron de la morera.
Y ésta le dijo: «No me disgusta contribuir a tu muerte,
porque también tú te limpiabas en mí del crimen que
habías cometido».
Así, muchas veces los buenos por naturaleza,
cuando algunos les tildan de malvados, no vacilan en
obrar mal contra ellos.

El león que tuvo miedo de un ratón y la zorra

Mientras un león dormía, un ratón recorría su
cuerpo. El león se despertó y se revolcaba por todas
partes buscando al que se le había subido encima. Una
zorra que lo vio le echó en cara que siendo león tuviese
miedo del ratón. Y él respondió: «No tengo miedo del
ratón, sino que me asombro de que alguien, mientras
un león duerme, se atreva a recorrer su cuerpo».
La fábula enseña a los hombres prudentes a no
desdeñar ni siquiera las cosas corrientes.

El león furioso y el ciervo

Un león andaba furioso. Un ciervo, al verlo así
desde el bosque, dijo: «¡Ay de nosotros desdichados!,
pues ¿qué no hará fuera de sí ese que en estado normal
nos era insoportable?».
Eviten todos a hombres irritados y que acostumbran
a cometer daños cuando toman el mando y ejercen el
poder.

El león y el toro

Un león que acechaba a un toro de gran tamaño
quiso apoderarse de él con engaño. Le dijo que había
sacrificado un cordero y que le invitaba al festín, para
acabar con él cuando se pusiera a la mesa. Cuando el
toro llegó y vio muchos calderos y grandes asadores,
pero ningún cordero, no dijo nada y se marchó. Como
el león se lo censurara y le preguntara por qué, sin que
le hubiera sucedido nada malo, se iba
inesperadamente, dijo: «No lo hago sin motivo, pues
veo que los preparativos están dispuestos no como
para un cordero, sino para un toro».
La fábula muestra que las artimañas de los
malvados no se ocultan a los hombres prudentes.

El león, Prometeo y el elefante

Un león reprochó a Prometeo muchas veces que le
había modelado grande y hermoso, y le había equipado
la mandíbula con dientes, le había fortalecido las patas
con las garras y le había hecho más poderoso que las
demás fieras. «Pero, aun así —decía—, temo al gallo.»
Y Prometeo dijo: «¿Por qué me culpas sin motivo?
Pues recibiste de mí todo lo que podía modelar, pero tu
alma es cobarde sólo con respecto a eso». Entonces el
león se lamentaba y se reprochaba su cobardía y hasta
quería morir. Con tal ánimo se encontró a un elefante y
llamándole se detuvo a charlar. Y, al ver que sus orejas
se movían continuamente, dijo: «¿Qué te pasa?, ¿por
qué tu oreja no permanece quieta ni un momento?». Y
el elefante, mientras que por casualidad revoloteaba a
su alrededor un mosquito, dijo: «¿Ves esa cosa
pequeña, la que zumba? Si se mete en el orificio de mi
oreja, estoy muerto». Y el león dijo: «¿Por qué, pues,
he de morir si soy tal y más afortunado que el elefante
en la medida en que el gallo es más fuerte que un
mosquito?».
¿Ves cuánta fuerza tiene el mosquito como para
incluso causar temor a un elefante?

El león, el burro y la zorra

Un león, un burro y una zorra, luego de asociarse
entre sí, salieron de caza. Tras una buena cacería, el
león ordenó al burro que la repartiese entre ellos. Tras
hacer éste tres partes iguales y de invitarle a escoger, el
león, indignado, saltó sobre él, lo devoró y ordenó a la
zorra que hiciese el reparto. Ésta reunió todo en una
sola parte y, dejando un poco para sí misma, le invitó a
escoger. Al preguntarle el león quién le había enseñado
a repartir así, la zorra dijo: «La desgracia del burro».

La fábula muestra que las desdichas del prójimo son
un aviso para los hombres.

El león y el burro que cazaban juntos

Un león y un burro que habían hecho una sociedad
entre sí salieron de caza. Al llegar a una cueva en la
que había cabras monteses, el león se situó a la entrada
a esperar que salieran; el burro, en el interior, saltó
sobre ellas y rebuznaba para hacerlas salir. Cuando el
león había atrapado a la mayor parte, el burro salió y le
preguntó si había luchado y había expulsado a las
cabras con bravura. Éste dijo: «Sábete bien que de no
haber sabido que eras un burro, también yo habría
sentido miedo».
Así, los que fanfarronean ante los que saben,
naturalmente se exponen a la risa.

El león y el onagro

Un león y un onagro cazaban fieras: el león por
medio de la fuerza y el onagro gracias a la rapidez de
su patas. Tras haber cazado unos animales, el león los
distribuyó e hizo tres partes. Y dijo: «Cogeré la
primera en calidad de jefe, pues soy el rey. La segunda
como socio a medias; y la tercera parte te hará un gran
mal, si no quieres huir».
Es bueno que uno se mida en todo conforme a su
propia fuerza y no se una ni se asocie con otros más
poderosos que él.

El león y el ratón agradecido

Un ratón se puso a corretear sobre el cuerpo de un
león dormido. Éste se despertó y lo atrapó; y estaba a
punto de devorarlo. Pero, como el ratón le pidiera que
lo soltase y le dijera que si lo salvaba se lo agradecería,
el león, sonriendo, lo dejó libre. Ocurrió que, no
mucho después, él se salvó gracias al ratón. Pues,
cuando, capturado por unos cazadores, fue atado a un
árbol con una soga, el ratón, que había oído sus
lamentos, acudió y se puso a roer la soga y, una vez
que lo hubo desatado, dijo: «Te reíste un día de mí,
incrédulo de que yo pudiera devolverte el favor, pero
ahora sabe bien que también hay agradecimiento de
parte de los ratones».
La fábula muestra que con los cambios de fortuna
los que pueden mucho llegan a estar necesitados de los
más débiles.

El león, el lobo y la zorra

Un viejo león se hallaba enfermo, acostado en su
cueva. Los demás animales, excepto la zorra,
acudieron allí para visitar a su rey. Entonces el lobo,
aprovechando la ocasión, acusó a la zorra ante el león
porque, sin duda, no aceptaba en absoluto al que
mandaba sobre todos ellos. Y, por eso, ni había ido a
verlo. En tanto, también la zorra se presentó y escuchó
las últimas palabras del lobo. Pues bien, el león rugió
contra ella. Y ésta pidió una oportunidad para
defenderse y dijo: «¿Y quién de los aquí reunidos te ha
sido tan útil como yo, que he ido por todas partes y he
tratado de conseguir de los médicos un remedio para ti
y te lo he traído?». Y, cuando el león le ordenó que
enseguida dijese el remedio, aquélla añadió: «Que
despellejes a un lobo vivo y te pongas encima su piel
caliente». Y al momento el lobo yacía muerto y la
zorra sonriendo dijo así: «No hay que mover al amo a
la malevolencia, sino a la benevolencia».
La fábula muestra que el que intriga contra otro
hace que la intriga revierta en su propio perjuicio.

El león y la liebre

Un león que había encontrado una liebre dormida se
disponía a devorarla. Pero, al ver de pronto pasar un
ciervo, dejó la liebre y lo persiguió. Pues bien, la liebre
se levantó por el ruido y huyó. El león, después de
perseguir al ciervo mucho rato y no poder cogerlo, se
volvió a por la liebre. Y, al encontrar que también ella
había huido, dijo: «Es justo lo que me pasa, porque
dejé la comida que tenía en mi poder y preferí una
esperanza mayor».
Así, algunos hombres, que no se contentan con
ganancias moderadas, al perseguir esperanzas
mayores, sin darse cuenta dejan escapar hasta lo que
tienen en sus manos.

El león y el jabalí

En verano, cuando el calor ardiente produce sed, un
león y un jabalí fueron a una pequeña fuente a beber.
Discutían cuál de ellos bebería primero, y de ello se
provocaron a muerte. De pronto, al volverse para
tomar aliento, vieron unos buitres que aguardaban para
devorar a quien de ellos cayera. Por eso, depusieron su
enemistad y se dijeron: «Es mejor que seamos amigos
que alimento para buitres y cuervos».
Es hermoso terminar las malas disputas y las
porfías, puesto que llevan a todos a un final peligroso.

El león y el delfín

Un león, errante por una playa, vio un delfín que
asomaba la cabeza sobre las olas y le invitó a una
alianza diciendo que les convenía sobre todo ser
amigos y ayudarse, pues aquél reinaba sobre los
animales marinos y él sobre los terrestres. El delfín
aceptó gustosamente y el león, que desde hacía tiempo
tenía una lucha con un toro salvaje, llamó al delfín en
su ayuda. Como éste, aun queriendo, no podía salir del
mar, el león lo acusó de traidor. El delfín,
respondiendo, dijo: «No me lo recrimines a mí, sino a
la naturaleza que, por haberme hecho marino, no me
permite subir a tierra».
Así también, nosotros, al hacer pactos de amistad,
debemos elegir unos aliados tales que, en los peligros,
puedan estar a nuestro lado.

El león y la rana

Al oír un león croar a una rana, se volvió hacia el
lugar de donde provenía el ruido, pensando que había
un animal grande. Pero, al cabo de un rato, al verla
salir del estanque, se acercó y la pisoteó tras decirle:
«¿Siendo tan pequeña gritas tanto?».
La fábula es oportuna para un charlatán que no sabe
nada más que hablar.

El león, el oso y la zorra

Un león y un oso encontraron un cervatillo y se lo
disputaban. Se trataron mutuamente de un modo
terrible y, exhaustos, yacían medio muertos. Una zorra
que pasaba cerca, cuando los vio extenuados y al
cervatillo que yacía en medio, lo cogió y se alejó por
entremedias de ellos. Éstos, sin poder ponerse en pie,
dijeron: «¡Desdichados de nosotros que nos fatigamos
para una zorra!».
La fábula muestra que se afligen con razón aquellos
que ven que uno cualquiera se lleva el provecho de sus
propios trabajos.

El león, la zorra y la cierva

Un león que, enfermo, estaba echado en una sima
dijo a su amiga la zorra con la que tenía relación: «Si
quieres que yo sane y viva, trae a mis manos una
cierva muy grande que habita en el bosque,
engañándola con tus dulces palabras, pues deseo sus
entrañas y su corazón». La zorra se marchó y encontró
a la cierva retozando en el bosque. Se acercó a ella
sonriente, la saludó y le dijo: «He venido para
comunicarte una buena noticia. Sabes que nuestro rey,
el león, es vecino mío y está enfermo y cercano a la
muerte. Pues bien, deliberaba cuál de los animales
reinaría después de él. Decía que el jabalí es insensato,
el oso perezoso, la pantera colérica, el tigre vanidoso;
la cierva es la más digna para reinar, porque es esbelta
de figura, vive muchos años, su cornamenta es temible
para las serpientes y, ¿para qué decir más?, has sido
designada para reinar. ¿Qué tendré yo, la primera en
decírtelo? Pero prométemelo, que tengo prisa, no sea
que el león me busque de nuevo, pues me necesita
como consejera en todo. Si me escuchas a mí que soy
vieja, te aconsejo que vengas y permanezcas junto a él
mientras muere».
Así habló la zorra. La mente de la cierva quedó
obcecada por sus palabras y fue a la gruta sin
comprender lo que iba a ocurrir. El león se lanzó sobre
ella aprisa, pero sólo le desgarró las orejas con sus
garras. La cierva se metió rápidamente en el bosque. Y
la zorra pataleó porque se había esforzado en vano. El
león se lamentó rugiendo fuerte, pues el hambre y el
dolor le dominaban, y pedía a la zorra que hiciese algo
por segunda vez y de nuevo la trajese con engaños.
Ésta dijo: «Me encargas un asunto difícil y enojoso,
pero, no obstante, te serviré». Y, como un perro
rastreador, siguió su rastro mientras urdía astucias, y
preguntó a los pastores si habían visto una cierva
herida. Éstos le indicaron que en el bosque. La
encontró pastando y se detuvo desvergonzadamente.
La cierva, irritada y erizando el pelo, dijo: «¡Miserable!,
ya no me cogerás; si te acercas a mí no vivirás
más. Aplica tu zorrería a otros necios, haz reyes a otros
y entusiásmalos». La zorra dijo: «¿Eres tan floja y
cobarde; tanto desconfías de nosotros tus amigos?
Cuando el león te cogió de la oreja, iba a aconsejarte y
a darte instrucciones sobre un reino de tanta
importancia, porque estaba muriendo. Pero tú no
consentiste la caricia de una mano enferma. Y ahora
aquél está más enfadado contigo y quiere hacer rey al
lobo. ¡Ay de mí, amo malvado! Anda, ven, no te
asustes en absoluto y hazte como un cordero. Pues te
juro por todas las plantas y manantiales, que ningún
mal vas a sufrir del león; yo te serviré a ti sola». Así,
volvió a engañar a la infortunada y la convenció de
que fuera de nuevo. Cuando entró en la cueva, el león
se dio un buen banquete, ya que devoró todos sus
huesos, médula y entrañas. La zorra estaba quieta mirando
y arrebató furtivamente el corazón que se había
caído y se lo comió como pago de su esfuerzo. El león,
escudriñando todo, sólo echaba de menos el corazón.
La zorra, situada lejos, dijo: «Verdaderamente ésa no
tenía corazón, no busques más; pues ¿qué corazón
podría tener quien por dos veces entró a la cueva y a
las garras de un león?».
El ansia de honores perturba la mente humana y no
comprende la eventualidad de los peligros.

El león enamorado y el labrador

Un león, enamorado de la hija de un labrador, le
propuso matrimonio. El labrador, que no quería dar en
matrimonio a su hija a una fiera, y que tampoco podía
por miedo rechazarla, ideó lo siguiente: puesto que el
león le insistía sin cesar, le dijo que lo consideraba un
pretendiente digno de su hija, pero que no podía
dársela en matrimonio a menos que se arrancara los
dientes y se cortara las garras, pues le daban miedo a la
joven. El león aceptó con facilidad una y otra cosa por
amor. Y el labrador, menospreciándolo, lo echó a palos
tan pronto apareció.
La fábula muestra que los que confían fácilmente en
el prójimo, cuando se desprenden de lo que les hace
superiores, se hacen vulnerables para aquellos a
quienes antes resultaban temibles.

El león encerrado y el labrador

Un león entró en el establo de un labrador. Éste,
para capturarlo, cerró la puerta del corral. Y aquél, al
no poder salir, primero mató las ovejas, después se
volvió contra los bueyes. Y el labrador, temiendo por
sí mismo, abrió la puerta. Una vez se hubo marchado
el león, la mujer al ver cómo se lamentaba su marido le
dijo: «Es justo lo que te pasa, pues ¿por qué quisiste
encerrar a quien debías mantener lo más lejos posible?
».
Así los que hostigan a los más fuertes es natural que
sufran sus propios desmanes.

El león que se había hecho viejo y la zorra

Un león ya viejo y que no podía procurarse comida
por medio de su fuerza comprendió que debía hacerlo
mediante algún plan. Así que se fue a una cueva y allí,
recostado, fingía estar enfermo. Y de este modo,
atrapando a los animales que se acercaban a él para
visitarlo, los devoraba. Muertas ya muchas fieras, una
zorra que se había percatado de su astucia se acercó y
deteniéndose lejos de la cueva le preguntó cómo
estaba. Al responder el león «mal» y preguntarle la
causa por la que no entraba dijo: «Habría entrado de
no haber visto huellas de muchos que entran pero de
ninguno que sale».
Así, los hombres prudentes evitan los riesgos al
preverlos a partir de indicios.

El reinado del león

Un león fue un rey no colérico ni cruel ni violento,
sino manso y justo como un hombre. Durante su
reinado se celebró una gran asamblea de todos los
animales para otorgar y recibir justicia mutuamente: el
lobo al cordero, la pantera a la cabra montés, el tigre al
ciervo, el perro a la liebre... La tímida liebre dijo:
«Ansié ver este día en el que los humildes se muestren
temibles a los violentos».
Si hay justicia en la ciudad y todos juzgan
ateniéndose a ella, hasta los humildes viven con
tranquilidad.