martes, 17 de abril de 2018

La cigarra y la hormiga

Todo el verano cantó 
La Cigarra, pobre artista,
Y estaba muy desprovista
Cuando el invierno llegó.
Sin la más leve porción
De mosca ni de lombriz,
A llamar fue la infeliz
De la Hormiga a la mansión.
"Ruego a usted, dijo a la Hormiga,
Me preste un poco de grano
Hasta que llegue el verano,
Cara vecina y amiga;
Antes de Agosto, sin duda,
Pagaré, a fe de animal,
Réditos y capital;
Venga, señora, en mi ayuda"
La Hormiga, dura y mezquina
(es su defecto mayor),
"¿Qué hizo durante el calor?"
Dijo a la triste vecina.
"¿Qué hice, señora? ¡Cantar!"
Respondió la interpelada.
"¿Cantó entonces la cuitada?,
Pues hoy váyase a bailar"

domingo, 7 de enero de 2018

La pulga y el buey

En cierta ocasión una pulga preguntó así al buey:
«¿Qué te ha pasado para que diariamente sirvas como
un esclavo a los hombres, siendo tan grande y
valeroso, si soy yo quien desgarra sus carnes y bebe
con avidez su sangre?». Y el buey: «No soy
desagradecido con la raza de los mortales, pues ellos
me aman y me quieren sobremanera y con frecuencia
me frotan en la frente y en el lomo». Y ella: «Pero para
mí, desdichada, ese frote grato para ti, es un destino
lamentable si es que por casualidad me alcanza».
Los que fanfarronean de palabra son derrotados
hasta por el humilde.

La pulga y el hambre

En cierta ocasión una pulga no hacía más que
molestar a uno. Al atraparla le dijo: «¿Quién eres tú
que te alimentas de todos mis miembros, picándome a
la ligera y sin motivo?». Ella gritó: «Así vivimos, no
me mates, pues no puedo hacerte un gran mal». Él,
riéndose, le dijo así: «En un momento estarás muerta
con mis propias manos, pues no conviene en absoluto
que surja en modo alguno ningún mal, ni pequeño ni
grande».
La fábula muestra que no conviene compadecerse
del malo, grande o pequeño.

La pulga y el atleta

En cierta ocasión una pulga dio un salto y se posó
en el pie de un atleta enfermo y, al saltar, le produjo
una picadura. Él, muy irritado, se disponía a aplastar a
la pulga con sus uñas. Pero ella con un impulso dio un
salto natural y, alejándose, escapó de la muerte. El
atleta, enojado, dijo: «Heracles, cuando me auxilias así
con una pulga, ¿cómo vas a ser un colaborador contra
mis rivales?».
Por lo tanto, la fábula también a nosotros nos
enseña que no debemos invocar enseguida a los dioses
para asuntos de poca importancia y sin riesgo, sino
para las necesidades mayores.

El loro y la comadreja

Un hombre que había comprado un loro lo llevó a
vivir a su casa. El loro, como animal manso que es,
saltó sobre el hogar y se posó en él, y desde allí gritaba
alegremente. Una comadreja, al verlo, le preguntó
quién era y de dónde había venido. El loro dijo: «El
amo me ha comprado hace poco». «Y bien —dijo
ella— tú, el más osado de los animales, un recién
llegado, gritas de tal manera, cuando a mí, nacida en la
casa, los amos no me lo permiten, sino que, si en
alguna ocasión lo hago, se enfadan y me echan.» El
respondió: «Señora de la casa, márchate lejos, pues los
amos no se enfadan del mismo modo con mi voz que
con la tuya».
La fábula es oportuna contra un hombre criticón
que intenta siempre echar las culpas a otros.

Las ollas

Un río arrastraba una olla de barro y otra de bronce.
La de barro decía a la de bronce: «Nada lejos de mí y
no cerca, pues si tú te me acercas me romperé y
también si yo te toco sin querer».
La vida es insegura para un pobre que vive cerca de
un soberano ladrón.

Las ocas y las grullas

Ocas y grullas comían en el mismo prado. Se les
aparecieron unos cazadores y las grullas, que eran
ligeras, echaron a volar. Las ocas, rezagadas por la
pesadez de sus cuerpos, fueron capturadas.
Así, también entre los hombres, cuando se produce
una guerra en la ciudad, los pobres, ligeros de peso,
fácilmente se mantienen a salvo al huir de una ciudad a
otra y continúan siendo libres; sin embargo, los ricos,
al quedarse por el exceso de sus bienes, muchas veces
son esclavizados.