Hermes, que quería conocer en qué estima le tenían
los hombres, luego de tomar forma humana, llegó al
taller de un escultor. Al ver una estatua de Zeus,
preguntó cuánto valía. Al decirle aquél que una
dracma, sonrió y preguntó cuánto costaba la de Hera.
Al decirle que más cara y al ver también una estatua
suya, supuso que, puesto que también era mensajero y
comerciante, los hombres le tendrían en mucha
consideración, le preguntó: «El Hermes ¿cuánto?», y el
escultor dijo: «Pues, si me compras ésas, ésta te la doy
de regalo».
La fábula se ajusta a un hombre vanidoso que no
disfruta de estima alguna entre los demás.
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